domingo, 30 de marzo de 2014

La gratitud por vivir

VERDE AGUA (Marisa Madieri. Editorial Minúscula. 203 págs.)


“La profundidad del tiempo es una reciente conquista mía. En el silencio de la casa, cuando durante la mañana me quedo sola, reencuentro la felicidad de pensar, de recorrer el pasado adelante y atrás, de escuchar el fluir del presente. Es algo que pocas veces me había pasado antes. Después de una infancia satisfecha y sin problemas inmediatos, una adolescencia pobre e introvertida y una juventud empecinada, he llegado a una madurez en la que las cosas y los acontecimientos parecen tener un ritmo más lento, que permite la reflexión”.

Considero que las citadas líneas condensan bastante bien el espíritu que anima Verde agua. Muchos han definido este peculiar diario como un pequeño clásico contemporáneo. A lo largo de sus páginas, Marisa Madieri –esposa de Claudio Magris- rescata del profundo océano de la memoria los fragmentos de su infancia y adolescencia y trata de elaborar con ellos el mosaico de una vida por la que no siente tristeza, sino sólo gratitud. 

A primera vista, el lector puede pensar que los recuerdos se acumulan en el libro de una forma desordenada y caprichosa. No es así. Madieri busca, mediante su relato, reflejar en pocos trazos la compleja cartografía de la memoria humana. Una memoria que no sigue un orden, sino que nos asalta aquí y allá con vivos fogonazos que nos hieren y nos transportan a un pasado que cobra apariencia de presente. En palabras de Claudio Magris, “el protagonista de Verde agua es el fluir del tiempo, atendido y transformado en relato”. Un protagonismo más reducido se lo lleva la situación histórica que enmarca la vida de la autora: el éxodo de los italianos de Fiume, ciudad que, tras la Segunda Guerra Mundial, fue integrada en la Yugoslavia de Tito.

Marisa Madieri indaga en el océano de la memoria
El papel de la memoria es fundamental en esta obra. No existen los recuerdos sino en la memoria de aquel que los vivió. La memoria es, en muchas ocasiones, una tabla de salvación para tantos instantes fugaces y preciosos al mismo tiempo. “En cada fragmento incluso breve y casual de nuestra existencia y de la de los otros, hay algo de precario y algo de ineluctable, de caduco y de indestructible”, dice Madieri. Todo lo que en un tiempo fue y desapareció permanece vivo en el recuerdo. “Dios, la Gran Memoria, no podía no existir”, concluye la autora. 

Verde agua trasmite, por otra parte, un pasmo absoluto por la vida, hasta en sus formas más pequeñas. La vida se nos presenta aquí como un regalo de infinito valor, un don por el que merece la pena luchar sin tregua. El agua aparece en el libro como una gran metáfora de la vida. Toda vida procede del agua y, a su vez, el agua es como la vida: límpida y transparente en la superficie y llena de vestigios pasados en sus profundidades. 

Es imposible comprender una vida por separado. Son las personas que la rodean la que, en tantas ocasiones, desvelan su sentido, antes oculto. “Debo dar las gracias a una multitud de personas, incluso a las que he olvidado, que al quererme, o simplemente al estar a mi lado, con su presencia fraternal no sólo me han ayudado a vivir sino que son, quizá, mi vida misma”. En las páginas de Verde agua, Marisa Madieri rinde tributo a tantas personas que la acompañaron: la abuela Quarantotto, su padre, su madre… El papel de las mujeres tiene especial relevancia en la obra. Madieri las homenajea, pues son ellas las que, tantas veces, son un trabajo tenaz y silencioso, guían la familia a puerto seguro, salvando innumerables obstáculos.

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