Metrópolis es, quizá, la cinta más innovadora de su época. Podría decirse que es como una radiografía del espíritu de un tiempo –Zeitgeist–, expresado está vez a través de un relato donde lo conceptual ha ganado terreno a lo narrativo, y donde cada plano parece estar compuesto por numerosas capas de significado. Su original estética, deudora del movimiento expresionista –fuertes contrastes de luz, planos aberrantes, simetrías, juegos de sombras–, sigue funcionando en nuestros días, pues hipnotiza al espectador y trasmite eficazmente ese temple delirante en que se hallaba sumido el pueblo alemán, caminante en una cuerda floja de bonanza, a escasos metros del abismo social que acaecería pocos años después.
Cabe destacar algunas ideas de la rica semántica que presenta el filme de Fritz Lang. En primer lugar nos encontramos con el protagonismo la masa, encarnada en los trabajadores del subsuelo. Lang hace una valiosa reflexión acerca de la inestabilidad de las masas, fácilmente maleables por una sola voluntad firme. Otro tema latente –muy propio de la recién nacida escuela de Frankfurt- es la alienación del hombre por la máquina. Las primeras escenas de las hordas de obreros caminando al trabajo resultan sobrecogedoras. Finalmente, destacan los curiosos paralelismos que Lang establece entre el relato y algunas referencias bíblicas, especialmente con el libro del Apocalipsis. De algún modo, el cineasta parece vaticinar el horror que aguarda a su pueblo. Por otro lado, Freder, el hijo del gran ingeniero, presenta un claro carácter mesiánico. Él es el mediador, que asume la condición de trabajador para salvar así a los obreros. “Quería mirar a la cara a esos hombres, cuyos hijos son mis hermanos”, le dice a su padre.
El personaje de Freder presenta un claro carácter mesiánico |
No hay comentarios:
Publicar un comentario