sábado, 18 de enero de 2014

El juego de ser héroes

EL PUENTE (Bernhard Wicki, 1959)

Pese a tratar un tema hoy día quizá manido, hay ciertos rasgos que hacen de El puente una obra única. Por un lado, llama la atención la frescura y la sencillez con la que nos son presentados los personajes. Nos encontramos en las últimas semanas de la Alemania nazi, sí, pero, a fin de cuentas, los protagonistas son un grupo de amigos con una rutina de lo más normal: van al colegio, construyen un bote para navegar, se apoyan los unos en los otros. Es quizá esta naturalidad, tan bien plasmada, la que más tarde lleva al espectador a temblar frente al drama en el que estos adolescentes se ven inmersos.

La película fue realizada en el año 1959 y Alemania –la Alemania occidental, en este caso- distaba de haberse recuperado de los traumas de la guerra. Probablemente, el filme de Wicki fuera uno de los primeros en reflejar en la pantalla el dilema de tantos adolescentes alemanes que fueron movilizados en los últimos meses de la guerra y enviados a una muerte segura. Es esta mirada primeriza la que dota al relato de una gran autenticidad. 

Destaca el marcado carácter antibélico de la obra. Wicki no escatima las ocasiones de mostrar, de un modo u otro, el absurdo de la guerra. Por un lado, la misión que les es encomendada subraya este absurdo: defender un puente que será volado por los propios alemanes. Por otro, se nos recuerda que esos supuestos soldados no son sino adolescentes en plena maduración: se muestran inseguros, descubren realidades desconocidas, convierten cada ocasión en un juego. En el momento de la lucha siguen siendo adolescentes. Los planos cerrados de los rostros de los chicos durante la lucha –donde vemos su rostro infantil abstraído del atuendo militar- nos recuerda lo que verdaderamente son. El personaje de Jürgen es paradigmático: dispara a los americanos desde la cabaña que los amigos usaban hace unos pocos días para jugar. 

A pocas semanas de terminar la guerra, sólo luchaban viejos y niños
El espíritu romántico, que tanta literatura inspiró en el siglo XIX, sigue de algún modo escondido tras los ideales de estos chicos. A fin y al cabo, muchos autores han señalado que el Nacional Socialismo no es sino uno de los últimos y más destructores coletazos que el movimiento romántico dio en Alemania. El ideal del héroe que Hölderlin había reflejado en sus poemas –citado por el maestro de escuela-, la conciencia de pertenencia a una nación escogida, que habita un suelo propio (Blut und Boden, sangre y suelo, reza uno de los lemas más conocidos de la época) que ha de ser defendido centímetro a centímetro… Detrás de estos ideales románticos se oculta una concepción trágica de la existencia. La valía y la intensidad con que el héroe lucha y vive van acompañadas en muchas ocasiones por un fin trágico e irrevocable. Así sucede en El puente, donde la historia va mostrando en su avance tintes propios de una tragedia griega donde las vidas de unos jóvenes son fulminantemente segadas por un destino cruel.

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