No hay duda que la fama que precede a Richard Attenborough se debe principalmente a su talento como actor y no tanto a su faceta de director, quizá menos conocida. Sin embargo, a este cineasta debemos títulos tan relevantes como Un puente lejano (1977), Gandhi (1982) o Tierras de penumbra (1993). A la vista de estos títulos, parece claro el afán de este director por contar historias de hondo calado humano, donde los personajes han de enfrentarse con conflictos que les revelen su propia verdad.
Una de estas historias es la del escritor británico C.S. Lewis –o Jack Lewis, interpretado por Anthony Hopkins-, conocido por sus libros fantásticos sobre el país de Narnia, aunque también por sus numerosos ensayos de apología del cristianismo. El Lewis que William Nicholson –autor del guion y de la obra de teatro original- nos muestra en Tierras de penumbra combina estas dos facetas y muestra como se explican mutuamente. Por un lado, vemos que Lewis nunca dejó de ser niño. Él mismo lo reconoce de algún modo en una de los encuentros iniciales con sus colegas. Por otro, su papel de apologeta del cristianismo esconde un anhelo de seguridad que él busca satisfacer adoptando una posición aparentemente superior a los que le rodean. “Discuta conmigo, sé cómo encajarlo”, dice a uno de sus alumnos.
"El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces..." |
Al comienzo de la película, el personaje se nos presenta como un orador experimentado –casi un predicador- que es invitado aquí y allá para confortar a grupos de personas claramente afectados por la reciente guerra mundial. Hablando sobre el sentido del sufrimiento, Lewis afirma en sus conferencias que “Dios quiere que seamos capaces de amar y ser amados. Quiere que maduremos”. A lo largo del relato, esta inicial convicción de sus palabras se verá sacudida por un sufrimiento vivido en carne propia. Lewis sabe en cierto modo que su vida en Oxford no es real, sino que es solamente una “antesala del mundo”, tal y como él mismo afirma. “¿No sientes que estás malgastando tu vida?”, le pregunta a uno de sus colegas. Al fin y al cabo, ese afán casi obsesivo de seguridad, que lleva a Lewis a querer controlarlo todo, le ha llevado a construir un mundo a su medida, tan seguro como ficticio.
Considero que la idea central hacia la que apunta toda la historia se condensa muy bien en una frase que tanto Joy Gresham (Debra Winger) -la mujer de la que se enamorará Lewis- como Jack mismo repiten: “El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces. Ese es el trato”. Lewis había repetido frases parecidas en sus numerosas conferencias, pero nunca cayó en la cuenta de su verdadero sentido. Ciertamente, una verdad no es tal hasta que no llega a ser vivida, hasta que no es puesta a prueba por la propia vida. De modo análogo, el amor por otra persona es verdadero en la medida en que estamos dispuestos a sufrir por ella. A este respecto, es significativa una conversación entre Lewis y Joy. Ella le confiesa que le queda poco tiempo antes de morir. “No nos amarguemos el tiempo que aún podemos estar juntos”, dice Jack. “Eso no lo amarga. Hace que sea real”, responde Joy.
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