En Río salvaje, Elia Kazan toma como punto de partida un hecho real para abordar un conflicto perenne en una nación tan joven como la estadounidense. La lucha entre el progreso y la tradición, entre el desarraigo y el amor por la tierra. ¿Cuál es el precio del progreso?, ¿hasta dónde es legítimo vincularnos con el pasado? Son algunas de las preguntas que surgen en el interesante diálogo que la película establece entre estas dos posturas.
A medio camino entre la fábula sureña y el drama social, la película expresa con gran agudeza este enfrentamiento a través de los protagonistas y las posturas que encarnan. Mediante una magistral construcción de personajes, Kazan pone las cartas sobre la mesa y deja que sea el propio espectador quien tome partido.
Lejos de quedarse en el arquetipo plano, los personajes de Río salvaje son reales y concretos, tienen volumen, y una fuerza equiparable a la de las imágenes de archivo con que arranca el filme. Dicho volumen, definido por luces y sombras, se aprecia muy bien en Chuck Glover (Montgomery Clift). Bajo la máscara de funcionario abanderado del progreso se esconde una vida escindida entre sus pasiones y su deber, entre su amor por Carol y el miedo al compromiso.
El río Tennessee es el otro gran protagonista de la historia. Su inquietante calma, preludio de posibles inundaciones futuras, nos habla de la intranquilidad que se respira en el pueblo, así como de las pasiones que laten en Chuck. Se alude de este modo a otro importante conflicto que vertebra el relato, el del orden frente a lo salvaje, la razón frente a las pasiones.
Chuck y Carol representan el encuentro de dos mundos |
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