El sur, al igual que sus personajes, es una de esas pocas películas donde la elocuencia está en lo que se sugiere, incluso en lo que se oculta. No es fácil hablar de eso que a veces sentimos en nuestro interior y para lo que casi nunca encontramos palabras. Erice, por su parte, logra aproximarse a ese mundo interior de los protagonistas a través de recursos como la música, las localizaciones y una cuidada fotografía, con planos que nos recuerdan a la pintura tenebrista.
La interpretación de Omero Antonutti, en el papel del padre, merece un especial reconocimiento. Encarna a un personaje muy interesante, lleno de contradicciones, y lleno de matices. Un médico agnóstico, de izquierdas, que al mismo tiempo sabe leer el péndulo y cree en las supersticiones. Un padre frustrado, que, deseoso de abrirse a su hija Estrella –recordemos la memorable conversación en el Gran Hotel-, se ve incapaz de hacerlo y se recluye en sí mismo.
En su velada elocuencia, El sur –como todo el cine de Víctor Erice- es una obra de gran densidad. Cada plano cuenta una historia o arroja luz sobre un tema. El dolor que acompaña a la soledad, la búsqueda de las propias raíces, el profundo misterio que constituye cada persona… Son algunas de las ideas incoadas por el filme de Erice. Pero ante todo, El sur es la historia de una ausencia. Por ello, cada elemento de la película remite a un gran protagonista, siempre mencionado y siempre ausente: el sur. Si bien es un lugar físico –que vemos retratado en esas postales coloreadas-, también es algo más. Se trata de ese lugar lejano donde Estrella anhela encontrar todo aquello que se escondía tras los prolongados silencios de su padre.
Memorable escena del baile de la pequeña Estrella y su padre |
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