sábado, 16 de febrero de 2013

Trenes que pasan



 
 
LAS LLAVES DE CASA (Gianni Amelio, 2004)
 
Hay movimientos que el ojo no percibe, movimientos interiores, que difícilmente pueden ser plasmados por un libro o una película. Sólo unos pocos, haciendo un hábil uso de la pluma o la cámara, lo consiguen. Las llaves de casa es una de esas excepciones, un raro ejemplo de ese cinema di poesia del que hablaba Pasolini, donde el cine es concebido como un acto de contemplación, de asombro, frente a una realidad que nos desborda. 
 
Esta película nos cuenta la historia de Gianni (Kim Rossi Stuart), un joven como otro cualquiera, casado y con trabajo, que carga en su interior con el peso de un error del pasado. Años atrás, su novia falleció durante un complicado parto en el que dio a luz a un hijo deficiente. Gianni, falto de valor para hacerse cargo del recién nacido, lo confió al cuidado de unos tíos. Quince años más tarde, Paolo (Andrea Rossi), el chico deficiente, viaja a Berlín para someterse a una operación. Gianni decidirá acompañarle para conocer así al hijo que abandonó y tratar de ganarse su cariño.

Las llaves de casa apuesta por un estilo a veces próximo al documental, digno heredero del cine neorrealista de Rosselini y De Sica, donde los personajes eran hombres y mujeres anónimos que protagonizaban dramas cotidianos, donde a veces no parecía pasar nada, y al mismo tiempo pasaba todo. El film de Gianni Amelio presenta una puesta en escena sencilla, a fin de que lo que sobresalgan sean los personajes, muy bien perfilados. Hombres de carne y hueso, con luces y sombras, capaces de heroicidades y miserias. 
 

Nos encontramos frente a la historia de un viaje. Un viaje real, de Milán a Berlín y de Berlín a Noruega, en tren y en coche. No obstante, el viaje que realmente importa es el viaje interior que recorre cada protagonista. El viaje de un hombre que, pese a vivir en la misma ciudad que su hijo olvidado, parece provenir de un país lejano. Gianni encuentra en su viaje a otras personas que también viajan: su hijo Paolo y Nicole (Charlotte Rampling), la madre que conocerá en el hospital de Berlín. Vemos, por tanto, cómo el viaje es una gran metáfora que articula toda la historia y la enriquece con un sentido nuevo.

Un elemento claro que visualiza esta metáfora en la película son los trenes. Constantemente, observamos a los personajes subidos a un tren o rodeados por ellos. Gianni conoce a Paolo en un tren, mientras el chico duerme. La habitación del hotel en Berlín está situada junto a una vía de tren. Y podemos preguntarnos, ¿qué representan los trenes? Considero que cada tren es un modo de ver la vida, un compromiso fruto de una decisión, a veces costosa. Paolo viaja en el tren de la aceptación de una enfermedad que él no ha elegido, de una visión optimista frente a ella. Nicole viaja en ese mismo tren, que es también el tren de la entrega y del sacrificio por su hija deficiente. En esta línea, hay una escena especialmente relevante. Gianni y Nicole se encuentran en una parada de metro en Berlín. “Hace más de veinte años que cada minuto pienso sólo en mi hija”, confiesa Nicole. Tras decir esto, sube al tren, y Gianni se queda en la estación. Esta es la última vez que vemos a Nicole. Parece como si ella hubiera invitado a subir a Gianni a ese tren, pero él no se atreve a subir, y el tren parte sin él.

Otro tema, quizá más evidente, es el del enfrentamiento con el dolor. Cuando nació Paolo, Gianni se encontró de pronto con una situación que él no había elegido: la muerte de su novia y un hijo deficiente. Decidió no aceptarla y, en cierto modo, huir de ella. “Ni siquiera quise verlo [al bebé]”, dice. Sin embargo, ese “tren” vuelve a pasar por su vida cuando Paolo tiene quince años, y decide subirse a él, sin muchas expectativas. El encuentro con Nicole, madre de una chica con un grado de deficiencia muy superior al de Paolo, será un aldabonazo en el alma de Gianni. “¿A qué se dedica?”, le pregunta Gianni. “No hago nada, desde que nació mi hija”. La vida de Nicole es una pura entrega, donde el sufrimiento es un compañero de viaje que ella ha sabido aceptar gracias a una fuerza superior: el amor por su hija. Gianni, sin embargo, rehúye el dolor y, en ocasiones, se avergüenza de él. “Les miraba y me decía: ese hombre se avergüenza”, dice Nicole a Gianni. El amor que entiende Gianni es el de los abrazos, los besos, las caricias. Sin embargo, cuando ve cómo sacan sangre a Paolo, sale de la habitación, espantado. 
 


Finalmente, queda por mencionar otro tema capital: el reencuentro entre padre e hijo. La paternidad es otro de esos “trenes” que Gianni no tomó a tiempo. Ahora quiere subir a él. ¿Lo conseguirá? Esta pregunta permanece a lo largo de toda la película y es respondida de diferentes modos –positivos y negativos- a medida que la historia avanza. ¿Cuál será la respuesta definitiva? Al comienzo, Paolo rechaza a Gianni. “Me han dicho que tú eres mi padre. Me han tomado el pelo, ¿a que sí?”, le dice Paolo. Gianni tendrá que pelear por ganarse el afecto de su hijo, quien, al mismo tiempo, no busca ser compadecido por su enfermedad, sino que se le considere como a una persona más, en la que se puede confiar. “¿En tu casa puedo abrir con mis llaves?”, le pregunta Paolo.

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