domingo, 25 de noviembre de 2012

Luz en la tierra baldía


LA CARRETERA (John Hillcoat, 2009)

“El mundo muere, cada día es más frío”. Estas son las primeras pinceladas que nos introducen a un paisaje desolador, pintado en tonos de gris, en el que un padre camina de la mano de su hijo siguiendo el trazo de una carretera que les llevará rumbo al sur. Juntos empujan un viejo carrito de supermercado donde llevan las pocas pertenencias que han rescatado de lo que parece un gran naufragio nuclear que ha barrido el mundo y que sólo ha dejado algunas ruinas y árboles muertos bajo un cielo siempre oscuro.

La película de Hillcoat tiene una virtud que destaca por encima de las demás, y es lo fiel que es al texto homónimo de Cormac McCarthy, quien ganó en 2007 el Premio Pulitzer por esta novela tan lacónica como poética. La literatura de McCarthy fue llevada pocos años antes al cine por los hermanos Coen en No es país para viejos, otra pequeña obra de arte que supo reflejar con acierto, como lo hace el film de Hillcoat, ese universo inhóspito y fronterizo donde se desarrollan las historias de este escritor norteamericano.

Puede objetarse, como muchos lo habrán hecho ya, que Hillcoat no trae nada nuevo. Una vez más, un mundo apocalíptico sumido en la desesperación. Una vez más, una distopía moralizante sobre el horror al que puede conducir un progreso sin ética y sin límites. Una vez más, la lucha salvaje entre buenos y malos en un paisaje ruinoso. La verdad, no creo que pueda considerarse La carretera simplemente como algo ya visto. En primer lugar, por su gran parecido a la obra de McCarthy. Considero un acto humilde y sincero el hecho de que tanto guionista como director hayan decidido pegarse tanto al texto original. Esto hace de la película una bella traducción en imágenes de la prosa de McCarthy donde, sin duda, juega un papel esencial la correcta fotografía del español Javier Aguirresarobe, que lleva al espectador a adoptar una actitud contemplativa frente a un mundo en el que aún pueden rescatarse destellos de belleza y luminosidad. Sirva como ejemplo una de las escenas centrales de la película en la que padre e hijo descubren un refugio subterráneo lleno de comida.

En segundo lugar, La carretera nos muestra una situación más extrema de lo que hasta ahora nos han podido mostrar películas recientes como Hijos de los hombres o El día de mañana. En parte, es un acierto tanto de McCarthy como de Hillcoat el hecho de no ubicar la acción en ningún lugar concreto ni decir los nombres de los personajes. Esto contribuye a que la historia adquiera tintes universales y, de este modo, su mensaje sea también extensible a todos los hombres de todos los tiempos. Por otra parte –y en esto comparte las pretensiones de Hijos de los hombres-, el futuro en el que nos encontramos no parece distar mucho de la actualidad. Es llamativa, no obstante, la devastación que se nos presenta. Apenas quedan hombres sobre la tierra y, los pocos que han sobrevivido, parecen fantasmas cuya silueta se desdibuja entre las cenizas y la niebla.

Siempre se ha dicho que los extremos no son buenos. Sin embargo, en este caso favorecen a la historia y hacen que los temas que se tocan emerjan con mayor fuerza. Por un lado, considero que la esperanza es el gran tema que atraviesa toda la película. Esta esperanza está encarnada en el hijo, a quien el padre quiere y custodia como su bien más preciado. “Lo único que sé es que el chico es mi garantía. Si él no es la palabra de Dios, entonces es que Dios nunca habló”, dice en un momento de la película. En varios momentos del film se usa la metáfora del fuego interior. “Tenemos que mantener el fuego”, dice el padre. “¿Qué fuego?”. “El fuego dentro de ti”. El padre sabe que, en una realidad tan vacía y desmoralizada como la que les rodea, sólo la inocencia y la bondad que permanecen en el corazón del hijo pueden salvar el futuro. En varios momentos vemos que el padre, movido por el instinto de supervivencia y un amor ciego hacia su hijo, obra como una bestia, aunque nunca llega a serlo. “Pretendo parecerme a un asesino, pero mi corazón se resiste”.

La apertura a la trascendencia es otro tema al que se hace referencia, aunque no sea el principal. No obstante, aparece esbozada en varias escenas. En primer lugar, cuando padre e hijo se disponen a comer en el refugio subterráneo, el hijo siente la necesidad de dar gracias por la comida y hace una pequeña oración dirigida a esa providencia que ha velado por ellos. En otra escena, los dos se refugian bajo las ruinas de un gran edificio que se descubre como una iglesia. Hay un plano de gran belleza en que los dos están recostados en el cuelo y se ve en lo alto un tragaluz en forma de cruz como signo de esperanza.

Otro gran tema es la filiación y la paternidad. La historia es un bello canto al sacrificio total del padre por el hijo y a la necesidad que todos tenemos de sentirnos hijos. La deshumanización que rodea a nuestros personajes se debe en gran medida a este deterioro de la conciencia de ser hijos, también presente en nuestra sociedad, que tiene como consecuencia un deterioro moral. Por otra parte, vemos cómo el padre se desvive en todo momento por su hijo. Una vez más me remito al momento en que encuentran el refugio subterráneo. Se trata de una escena realmente conmovedora, donde se desvela por completo la dignidad de esas dos personas a través de gestos tan sencillos como la cena, el cigarrillo que fuma el padre o el cariño con el que el padre baña a su hijo y le corta el pelo. El amor hacia el hijo supera el horror, y hace que el padre prefiera ese mundo a cualquier otro, precisamente porque en él está la persona a la que más quiere. “Si fuera Dios habría hecho el mundo exactamente igual. Porque así te tengo a ti, hijo mío. Tienes todo mi corazón”.

1 comentario:

Jaime Nubiola dijo...

Magnífico texto comentando un magnífico libro (no me he atrevido a ver la película. Un abrazo,

Jaime

Una errata: Si el no es la palabra //Si él no es la palabra