viernes, 31 de agosto de 2012

"Saber mirar es saber amar"

CANCIÓN DE CUNA (José Luis Garci, 1994)
Dentro del cine español de los noventa, Canción de cuna es una obra sin parangón, que rompe de algún modo toda convención y temática propias de esa década. Su realización no fue sencilla, aunque la crítica y los festivales supieron valorarla –Goya, Sundance, Montreal, etc.-. Garci cuenta que se trata de un proyecto muy personal. La primera vez que escuchó esta obra del dramaturgo Gregorio Martínez Sierra fue a los ocho años, en una emisión de radio. Más tarde, releyó la obra en sus años universitarios, y esta le arrancó las mismas lágrimas que cuando era niño. Esta obra teatral ya había sido llevada al cine –en 1933 por el norteamericano Mitchell Leisen con el título de Cradle Song, en 1941 y 1953 en Latinoamérica y en 1961 en España, por José María Elorrieta-, por lo que el argumento no es ninguna novedad. No obstante, Garci elabora una estupenda adaptación llena de lirismo y belleza –tal como haría cuatro años más tarde con El Abuelo, de Benito Pérez Galdós-. Robert Redford la seleccionó personalmente para el festival de cine independiente de Sundance por considerarla la película más moderna que había visto ese año. 

Canción de cuna es la historia de una comunidad de monjas de clausura a finales del siglo XIX en Asturias. La condición religiosa de estas mujeres nos muestra que han renunciado a muchas cosas en la vida por amor a Dios; entre ellas, la de ser madres. Esto se advierte claramente en algunos de los diálogos del comienzo de la película. Por ejemplo, cuando una de las hermanas confiesa que cuando recibe a Cristo en la comunión piensa que es Jesús Niño en su vientre. Una mañana, en el santo de la Superiora, el alcalde les manda un pajarillo enjaulado como regalo. Es el presagio de lo que ocurrirá días más tarde, cuando llega al convento otra sorpresa: Una pequeña niña abandonada en el torno. La llegada del bebé será una gran alegría para las monjas, quienes lo acogen y lo cuidan con mucho cariño, viendo en este suceso un regalo del Cielo. 

Junto con algún leitmotiv propio del cine de Garci –la nostalgia, el amor imposible, la belleza de los paisajes-, la película toca temas imperecederos que hacen que esta obra sea tan especial. Uno de estos temas –quizá el principal- es la maternidad. Al fin y al cabo, las monjas son mujeres que han renunciado al amor humano por otro Amor más grande. Sin embargo, ese deseo de ser madres es satisfecho por Dios cuando deja en su cuidado a la pequeña Teresa. Considero que es una clara alusión a San Lucas, donde Jesús dice que no habrá nadie que no haya dejado tierras, familia, casa, etc. por Él que no reciba cien veces más en esta tierra. 

Otro tema fundamental de la película es la mirada. “Saber mirar es saber amar”. Se trata de una frase que dice la Madre Superiora al comienzo y que va cobrando sentido a medida que avanza la película. Saber mirar una realidad sólo el posible cuando la hemos comprendido, y no podremos comprenderla del todo si antes no la amamos. Mirar, contemplar, es saber descubrir lo más hondo en lo vulgar y cotidiano. Quizá sea esta una respuesta que nos ayude a desvelar el misterio de por qué un grupo de mujeres son capaces de recluirse en un convento durante el resto de su vida. La mirada de el médico del pueblo –genialmente interpretado por Alfredo Landa- es también nuestra mirada. La mirada de alguien “del siglo” que entra en la clausura y se da de bruces con un misterio. Poco a poco, el médico también aprenderá a mirar. “Es verdad. A veces la vida huele a tomillo, y parece como recién bañada. Y, además, si se la sabe mirar, amarla es tan fácil”, reconoce el anciano doctor. Podría decirse que, al final de la película acontece una especie de epifanía, de revelación. Pablo, el novio de Teresa, pide a las hermanas que les enseñen sus rostros, que permanecen en la sombra tras la reja. De pronto, una de las monjas abre una ventana y la luz descubre de pronto las caras de las monjas. Es un momento realmente mágico, donde se da una “purificación” de la mirada tanto de los otros personajes como del espectador. 

En un plano más estético, cabe destacar la imponente fotografía de Manuel Rojas. Cada plano parece un cuadro costumbrista de Zurbarán. El bello contraste de luces y sombras, los tonos vainilla de los pasillos del convento, todo ello unido a una bella partitura hacen de Canción de cuna una pequeña obra de arte que nos enseñará a mirar y a disfrutar del buen cine.

1 comentario:

Jaime Nubiola dijo...

Me alegra, Pablo, que te haya gustado esta película. Un abrazo,

Jaime