Para el espectador medio, el cine finés queda sin duda muy lejos de su alcance. Cartas al Padre Jacob es una película que se ha abierto camino hacia una audiencia un poco mayor gracias a ser presentada por Finlandia en los Oscar 2010 como candidata a mejor película de habla no inglesa. En su asombrosa sencillez, el film es una pequeña joya. Cuenta la historia de Leila, una mujer condenada a cadena perpetua que de pronto es indultada y enviada a atender a un pastor luterano anciano y ciego que vive en una soledad sólo interrumpida por las cartas que le llegan cada día para pedirle oraciones. Jacob pide a Leila que le lea las cartas y le ayude a contestarlas. Al comienzo, Leila –una mujer con maneras de hombre aparentemente asqueada por la vida- no comprende cómo un hombre solo y ciego puede vivir de ese modo. Poco a poco, irá abriéndose frente al viejo pastor, de quien aprenderá más de una lección sobre la vida.
La sobriedad es sin duda uno de los puntos fuertes de esta película. Apenas dura más de una hora. En ella no hay nada repetitivo, todo cuenta. Tres personajes –Jacob, Leila y el cartero- son suficientes para poner patas a una historia de gran hondura humana. El ritmo es pausado, contemplativo, algo muy propio del cine nórdico, tan opuesto a las superproducciones norteamericanas. La música de piano, sencilla pero bella, está perfectamente encajada. Lo mismo sucede con la fotografía. Claroscuros, luz tenue, primeros planos de los rostros. La cámara parece querer zambullirse en la atormentada alma de los personajes.
El Padre Jacob, un anciano solitario y ciego |
El repertorio de temas tocados por la película es amplio para su escasa duración. La soledad es uno de ellos. Leila es una mujer sola, desamparada. Ha cometido un crimen, y no sabe quién puede perdonarla. Jacob también es un hombre solo, aunque no solitario. Él ansía la llegada del cartero con nuevas cartas y reza por cada una de las personas que le escriben. Sin embargo, en ocasiones también se siente desamparado ante tan gran soledad. De algún modo, la situación del Padre Jacob es la otra cara de una sociedad sumida en un constante ajetreo donde, paradójicamente, cada hombre vive terriblemente solo y sin pensar en los demás. Una sociedad que ha olvidado a Dios, pues el ruido le impidió hace tiempo que le escuchara.
Otro gran tema es la caridad. Al ver a Jacob respondiendo a tantas cartas, nos preguntamos, ¿por qué lo hace? Por amor al prójimo o quizá porque, al sentirse solicitado, ve que es útil. Aquí la película hace una interesante reflexión sobre el valor de una caridad oculta. El viejo pastor repite una y otra vez los famosos versículos de San Pablo a los Corintios: “Aunque hablase todas las lenguas de los hombres; si no tuviere caridad, nada soy”. Jacob se dará cuenta de que las cartas, al fin y al cabo, no eran lo más importante.
Leila lee las cartas al Padre Jacob |
Por otra parte, cabe destacar la relación entre la actitud de Jacob frente a Dios, en ocasiones desesperada, y su credo protestante. Dios es un ser misterioso, incierto, al que sólo podemos acceder por medio de una fe ciega –quizá pueda verse una interesante relación entre la figura del pastor ciego y su fe-, nunca por la razón –tal y como afirma, por ejemplo, la Iglesia Católica-.
El perdón es otro pilar fundamental en esta película. Leila, al ser indultada, se encuentra de pronto frente a un anciano solitario que predica a un Dios misericordioso. ¿Cómo puede un crimen como el que ella ha cometido ser perdonado?, se preguntará.
En cualquier caso, nos encontramos frente a una película que, si no es una pequeña obra maestra, sí es una película excepcional para los tiempos que corren. Una hora de cine en estado puro sabe bucear con asombro y sigilo en las profundidades del alma.
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