viernes, 20 de julio de 2012

De Dioses y Hombres

DE DIOSES Y HOMBRES (Xavier Beauvois, 2010)


En tiempos como los presentes, cuando el indiferentismo religioso está de moda, sorprende ver que una película como esta obtuviera el Gran Premio del Jurado de Cannes. Es probable que una gran mayoría del público que asistió a su proyección en las salas de cine no fuera creyente. También es posible que muchas de estas personas conocieran poco el mensaje cristiano. No obstante, De Dioses y Hombres es un indicio más de cuál es la verdadera vocación del buen cine: hablar del ser humano, de sus penas y alegrías, de sus miedos y esperanzas más hondas. Esto es lo que hace el film de Xavier Beauvois, ya que los hermanos del monasterio del Atlas no son más que hombres corrientes, que ríen y lloran; que tienen fe, que dudan. Es posible que el rasgo que distingue a estos hombres de tantos otros sea la coherencia de su vida. A lo largo de la película vemos a una comunidad de monjes que no hacen sino las cosas más cotidianas. Uno atiende a los enfermos árabes del pueblo contiguo, otro riega la huerta, otro remueve la tierra, y otro limpia la cocina. Sin embargo, lo que en apariencia no pasa de ser una vida monótona esconde un secreto. Beauvois percibe que este secreto no puede desvelarse de golpe, y por ello va destapando el mundo interior de cada protagonista con sumo cuidado. Es ahí donde se encuentra el secreto escondido.

Casi al comienzo de la película asistimos a la conversación entre Luc, el hermano enfermero, y una joven musulmana. Él le explica en qué consiste el amor. “Es la esperanza de la felicidad”, le dice. Ella le pregunta si alguna vez estuvo enamorado. “Muchas veces”, responde. “Un día descubrí un Amor más hondo. Acepté la llamada de ese Amor mucho mayor”. Considero que este diálogo no es ni mucho menos fortuito. Por medio de él se nos introduce al meollo de esta historia: el amor. Beauvois quiere dejar claro que lo que nos quiere contar no es sino una historia de amor. El contenido de estas palabras queda plasmado más gráficamente en el caso de Luc. Cuando el final es inminente, vemos a Luc que pega su cara –con gesto cariñoso- contra la imagen de un Cristo flagelado. La debilidad de los protagonistas frente a la posibilidad del martirio acompaña a este amor. Muchos de ellos tienen fuertes dudas. Esto se hace patente en varios momentos de la película y nos hace entender no nos encontramos frente a santos de piedra, sino frente a seres humanos que no comprenden sus sufrimientos. “¿Por qué Dios se comporta de forma tan extraña?”, se preguntan en un momento.

La comunidad de monjes del Atlas, unidos frente al peligro
Otra constante durante toda la película es el afecto recíproco que existe entre los monjes y la comunidad musulmana de la zona. Esta es una idea fuertemente remarcada. En una de las primeras escenas en las que vemos a Christian, el superior de la comunidad, trabajando, lo vemos leyendo El Corán. Christian acude a las reuniones con los ancianos del pueblo. Luc atiende como enfermero a los musulmanes, también a los que luchan en la guerrilla islámica. Lo vemos curando a uno de ellos. “Pronto te pondrás bien”, le dice. Luc sabe que también el rostro del talibán herido es el rostro de Cristo. Conmueve también escuchar las últimas palabras de Christian, en las que nos dice que en el Cielo podrá satisfacer una de sus grandes curiosidades: ver cómo Dios mira y quiere a sus hijos del Islam. De Dioses y Hombres es, por tanto, una película conciliadora, que apunta a la mutua comprensión entre diversas creencias.

La fotografía, a cargo de Caroline Champetier, es de gran belleza. Hay un continuo jugo de luces y sombras, de fuertes claroscuros, que hacen que algunas escenas nos recuerden a los cuadros de Caravaggio. El fondo de la escena suele ser siempre gris –el color de las paredes- y, sobre este gris resaltan las personas, llenas de fuerza, de vitalidad.

Como hombres que son, las dudas les asaltan ante la muerte
Destaco, por último, la escena cumbre de la película, en la que los monjes cenan juntos por última vez mientras suena de fondo El lago de los cisnes. Se trata de una escena absolutamente magistral. Es una clara alusión a la Última Cena y es también, de algún modo, un bello compendio de las vidas de estos hombres. Durante la cena se sonríen, hablan, lloran. De modo casi imperceptible, progresivamente, se pasa del plano general al primerísimo primer plano. Se nos va desvelando así, mediante este repertorio de rostros humanos, ese secreto que cada uno lleva escondido y que es el pilar de sus esperanzas: el amor. “El amor es la esperanza de la felicidad”, había dicho Luc. “Uno se hace mártir por amor, por fidelidad”, sostiene Christian.

2 comentarios:

Jaime Nubiola dijo...

Me encanta que te haya gustado. Te copio el enlace de lo que escribí después de verla el pasado verano.

http://filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com/2011/08/14/de-dioses-y-hombres/

Atalaya dijo...

Genial Pablo!!
me ha gustado mucho tu comentario, ya la he visto, pero yo no soy tan agudo a la hora de percibir algunos detalles, entre tu comentario y el de Nubiola creo que podré volver a ver la película con otros ojos.

Un abrazo A.M.D!!