lunes, 19 de marzo de 2012

El árbol de la vida

Acerca de Job, el sufrimiento y la Belleza

El árbol de la vida, la última película realizada por Terrence Malick, rebasa todas las pretensiones filosóficas de sus obras anteriores y va más allá. Podría decirse que interpela al espectador con una atrevida pregunta acerca del sentido de todo. Por esto hay quienes han clasificado las reflexiones visuales de Malick como “cosmología o metafísica de la religión”[1]. Dentro de este gran interrogante, la indagación por el sentido del mal y del sufrimiento –ya presente en películas anteriores del director- adquiere una importancia central. En relación con esta cuestión está otra que da comienzo a la película. “Hay dos caminos en la vida. El camino de la Naturaleza. Y el camino de la Gracia. Tienes que elegir cuál de los dos seguir”, dice la voz de Mrs. O’Brien. Esta pregunta es uno de los hilos conductores que articulan la película. ¿Qué camino escoger? La Gracia es misteriosa y se esconde. Por otro lado, la naturaleza es bella –así lo vemos en las espectaculares escenas de la Creación del Universo-, pero en ella está la presencia misteriosa del mal y del dolor. Este conflicto no es nuevo, sino que aparece de un modo u otro –aunque quizá ahora con una especial claridad - en toda la filmografía de Malick. 

La película apenas muestra un delgado hilo narrativo, siendo en este sentido muy poética. Junto con las grandiosas escenas del origen de la vida y la Creación del cosmos -“secuencias que son como cuadros vivos, envueltos en una banda sonora que combina fragmentos originales de Alexandre Desplat con temas clásicos y modernos magníficamente seleccionados”[2]-, Malick nos introduce el la vida de los O’Brien, una familia católica de Texas en la década de 1950. El gran protagonista del film es Jack O’Brien, un hombre de negocios que mira a su pasado como un gran enigma que no entiende y que le impide vivir su presente. ¿Qué es lo que no entiende? Principalmente, la muerte de su hermano a los diecinueve años y la dureza con que su padre los educó en la infancia. Jack niño, tratando de seguir las enseñanzas de su padre, optó por el “camino de la Naturaleza”, la ley del más fuerte. No obstante, la naturaleza, aunque tantas veces irradie una belleza sublime, no ofrece respuestas a los misterios del mal y del dolor. “Un concepto meramente armonioso de la belleza no es suficiente”[3], pues carece de recursos para afrontar el enigma del mal. “Después de Auschwitz ya no se puede hacer poesía, después de Auschwitz ya no se puede hablar de un Dios bueno. Se nos pregunta: ¿Dónde estaba Dios cuando funcionaban los hornos crematorios?”[4], objetaba el actual Benedicto XVI.

Evocador contrapicado de El árbol de la vida
Una clave que nos ayuda a interpretar la propuesta filosófica de Malick en El árbol de la vida es el texto que aparece en el arranque: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba los pilares de la tierra? …Cuando todas las estrellas del alba brillaban al unísono, y se regocijaban todos los hijos de Dios?”. Es un fragmento del Libro de Job (38: 4, 7), el relato de la vida de un hombre justo que, enigmáticamente, sufre las peores desgracias permitidas por Dios. Pero, ¿por qué Dios permite que el sufrimiento de los buenos? Este es el gran interrogante de Job y de Jack O’Brien, el protagonista del film –cuyas iniciales coinciden con el nombre del personaje bíblico-. Ante el asombro de Job, Dios no da una solución, sino que responde con más preguntas: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba los pilares de la tierra?...”. Dios “parece decir que si el asunto consiste en plantear preguntas, Él puede plantear algunas que echan al suelo y aplanan a todos los preguntadores humanos concebibles”[5], explicaba Chesterton comentando este pasaje. Y es que no hay respuesta racional al misterio del dolor, del mismo modo que todo lo creado tiene un fuerte carácter de milagro. Así lo muestra el modo de hacer películas de Malick: su ritmo pausado, los planos contemplativos. El espectador siente estar asistiendo a un milagro de gran belleza. Hay un “dejar ser al ser”, y en esto se hace patente la influencia de la filosofía de Martin Heidegger -filósofo de cabecera del cineasta- en el cine de Malick. 

Brad Pitt en su papel del padre autoritario pero, en el fondo, bueno
El milagro no tiene explicación, no admite análisis. “Si existe algo enemistado con el análisis –dice Carlos Boyero-, un género que capta exclusivamente sensaciones y que ofrece múltiples interpretaciones al gusto de cada lector, es la poesía. Y Terrence Malick la crea en cada plano y en cada sonido, en la atmósfera, en lo que muestra y en lo que sugiere, en el detallismo y en la evocación, en lo palpable y en lo etéreo”[6]. El ritmo propio de la poesía es evidente en esta película, tan cercana al cine más primitivo, cuando “el cine era más un acto de admiración”[7], de pasmo ante el milagro. Como decíamos, “Malick está desempeñando la función del artista, del poeta durante lo que Heidegger llamó ‘tiempos de penuria’”[8]. Un claro ejemplo de esta búsqueda de trascendencia es el plano contrapicado, tan recurrente en sus últimas películas. La cámara mira hacia el cielo, el lugar donde vive Dios, como dice Mrs. O’Brien. 

Pero sigue vigente la pregunta: ¿naturaleza o Gracia? Como veíamos, el camino natural es insuficiente, y es la Gracia la que completa lo que falta a la naturaleza. Esta idea queda reflejada en el personaje de la madre, quien no encarna la pura Gracia –pues ella también sufre y se desespera ante la muerte- sino la naturaleza humana elevada por la Gracia. Frente a la autoridad del padre –a quien asimilamos más con la idea autoritaria de Dios del Antiguo Testamento-, la madre “representa la Nueva Alianza, el misterio cristiano, el milagro de vivir”[9]. “Sé bueno con los demás. Asómbrate. Ten esperanza”, dice la madre al final de la película. Queda así aceptado –no resuelto- el enigma del sufrimiento y la belleza no escapa de él, sino que lo asume y, de este modo, va de la mano de la verdad. A este respecto, comentaba el cardenal Ratzinger que la imagen de Cristo crucificado “nos pone como condición que nos dejemos herir junto con Él y creamos en el Amor, que puede correr el peligro de perder la belleza exterior para anunciar, precisamente de este modo, la verdad de la belleza”[10]

[1] URÍA, Ignacio, “Terrence Malick. Filosofía en 16 mm”, Nuestro Tiempo, nº 672, Pamplona, enero-febrero 2012, p. 41
[2] LATORRE, Jorge, “The Tree of Life. A propósito de Terrence Malick”, http://imagologiajorge.wordpress.com/ (consultado el 18.02.2012)
[3] Card. Joseph RATZINGER, “El sentimiento de las cosas. La contemplación de la belleza”
[4] Card. Joseph RATINGER, op. cit.
[5] CHESTERTON, G.K., “El Libro de Job”, en el apéndice de El hombre que fue jueves, traducción de José Rafael Hernández Arias, Valdemar, Madrid, 2009 (2ª edición), p. 282 
[6] BOYERO, Carlos, “Terrence Malick, poética en la pantalla”, El País (17.05.2011)
[7] ERICE, Víctor, en EHRLICH, Linda C., “An interview with Víctor Erice”, en An Open Window: The cinema of Víctor Erice, Scarecrow Press, 2007, p. 42
[8] FURSTENEAU, Marc & MacAVOY, Leslie, “Terrence Malick’s Heideggerian Cinema: War and the Question of Being in The Thin Red Line”, en PATTERSON, Hannah, The Cinema of Terrence Malick: Poetic Visions of America, Wallflower Press, Londres, p. 175
[9] URÍA, Ignacio, op. cit., p. 41
[10] Card. Joseph RATZINGER, op. cit.

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