miércoles, 22 de febrero de 2012

Eduardo manostijeras

EDUARDO MANOSTIJERAS (Tim Burton, 1992)

Eduardo Manostijeras es una de las primeras películas de Tim Burton. La historia comienza cuando Peg, una comercial de productos de belleza, decide adentrarse en la mansión encantada que domina desde una alta colina su pequeño pueblo. Allí pretende encontrar un posible cliente. Sin embargo, su hallazgo es del todo inesperado. En una ático desvencijado por la intemperie, vive en la más absoluta soledad Eduardo, un ser extraño que tiene por manos afiladas tijeras. Peg decide traer a Eduardo a la civilización y le acoge en su familia como uno más, tratando de darle comprensión y cariño. El contacto de una criatura solitaria e inocente como Eduardo con la realidad y su descubrimiento del amor humano son las líneas maestras de una historia profunda y conmovedora. En ella se dan cita historias de la narrativa universal tan conocidas como Frankenstein, La Bella y la Bestia o el mito del “buen salvaje”. En una sociedad aparentemente anquilosada en preceptos morales y normas sociales, Burton introduce un personaje singular: una criatura ingenua –fruto de los delirantes experimentos de un genio chiflado -que sólo busca obrar conforme a lo que su corazón le dice. La idea del “buen salvaje”, tan predicada por pensadores ilustrados como Rousseau, se esconde tras este misterioso personaje. Por otra parte, la redención por medio del amor –en este caso el amor a una mujer- es otro punto fundamental. Pon amor donde no hay amor y sacarás amor. Eduardo es, además, una especie de alter ego de Tim Burton: un hombre que se siente diferente a los demás y trata de superar sin éxito las barreras que lo distancian del resto. 

En su aspecto más técnico, destacamos la hermosa partitura de Danny Elfman, ingrediente fundamental que apoya las escenas principales y les da un gran dramatismo. Como en tantas otras películas de Burton, aquí reconocemos su inconfundible estética, tan inclinada tanto a lo fantástico como a lo lúgubre y misterioso. La fotografía, con planos en ocasiones forzados y antinaturales, aporta a la película un acertado carácter de fábula. Por último, cabe mencionar la extraordinaria interpretación de Johnny Depp como Eduardo, pues sabe expresar con la mirada y con los gestos más sutiles del rostro cosas que serían imposibles de decir con palabras.

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