VENCEDORES O VENCIDOS
(STANLEY KRAMER, 1961)
Vencedores o vencidos (Judgment at Nuremberg) es un imprescindible de la mirada hollywoodiense a la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores al conflicto, época en la que se sitúa esta película: Núremberg, año 1948. La ciudad que presenció la cúspide de la parafernalia nazi –los famosos Parteitag celebrados en los meses de septiembre- es ahora un cuasi-paisaje lunar, desolado por una guerra de desgaste, donde sólo unos pocos edificios han escapado a las bombas. Los grandes juicios a las cabezas del Tercer Reich han tenido ya lugar –Hess, Kaltenbruner, Dönitz… han sido sentenciados-. No obstante, quedan pendientes algunos procesos. Entre ellos, el que pretende poner en el banquillo a los grandes jueces de la Alemania nazi. Dan Haywood (Spencer Tracy), un juez de distrito de la América rural, es enviado por los Estados Unidos como última alternativa para presidir el juicio.
Todos perciben que este va a ser un juicio distinto: los jueces que años atrás impartieron “justicia” en esa misma sala de Núremberg van a ser juzgados por obedecer las leyes de su país. ¿Hasta qué punto es un juez responsable de hacer cumplir la ley de su propio país?, ¿y si esta ley es objetivamente injusta? Las preguntas que nos invita a hacernos esta obra maestra son innumerables y el tema de la responsabilidad se impone como leitmotiv que compendia todos los grandes temas que toca esta película.
En el reparto cabe destacar, a mi parecer, tres interpretaciones: Spencer Tracy –en su papel de juez concienzudo y estricto, a la vez que comprensivo y humano-, Maximilian Schell –como Hans Rolfe, joven y audaz abogado defensor de los acusados nazis- y, por último, Burt Lancaster –interpretando a la trágica figura de Ernst Janning, ministro de justicia del Reich: un hombre lleno de claroscuros y con una profunda conciencia de culpa-. Junto a estos tres grandes, vemos a lo largo de la película pequeñas apariciones de otras estrellas del celuloide: Marlene Dietrich, Judy Garland, Montgomey Clift, etc.
Puede que una de las grandes virtudes de esta película sea la de crear situaciones de gran tensión y dramatismo –cosa no fácil en películas de juicios, que tantas veces tienden a aburrir al espectador- únicamente mediante los diálogos de los personajes. En el interrogatorio de Petersen (Montgomery Clift), el reconocimiento de culpa por parte de Janning (Lancaster), el discurso final de Rolfe (Schell). Durante los diálogos, la cámara se mueve de forma magistral, distanciándonos del personaje o acercándonos a él súbitamente mediante bruscos zooms que consiguen un logrado golpe de efecto. Nos encontramos frente a una obra que mira el episodio de los juicios de Núremberg con valentía y sostiene que, si bien el régimen nazi fue el vencido de la contienda, no por ello fue menos responsable de las atrocidades cometidas.
Destaco el último diálogo que Janning sostiene con el juez Haywood. Cuando este se dispone a abandonar la celda, el juez nazi le detiene: “Juez Haywood… nunca pensé que llegaría a tanto [la barbarie nazi]. Debe creerme, debe creerme…”. La respuesta de Haywood es tumbativa: “Herr Janning, llegó a tanto en el mismo momento en que por primera vez sentenció a muerte a un hombre que sabía era inocente”.
(STANLEY KRAMER, 1961)
Vencedores o vencidos (Judgment at Nuremberg) es un imprescindible de la mirada hollywoodiense a la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores al conflicto, época en la que se sitúa esta película: Núremberg, año 1948. La ciudad que presenció la cúspide de la parafernalia nazi –los famosos Parteitag celebrados en los meses de septiembre- es ahora un cuasi-paisaje lunar, desolado por una guerra de desgaste, donde sólo unos pocos edificios han escapado a las bombas. Los grandes juicios a las cabezas del Tercer Reich han tenido ya lugar –Hess, Kaltenbruner, Dönitz… han sido sentenciados-. No obstante, quedan pendientes algunos procesos. Entre ellos, el que pretende poner en el banquillo a los grandes jueces de la Alemania nazi. Dan Haywood (Spencer Tracy), un juez de distrito de la América rural, es enviado por los Estados Unidos como última alternativa para presidir el juicio.
Todos perciben que este va a ser un juicio distinto: los jueces que años atrás impartieron “justicia” en esa misma sala de Núremberg van a ser juzgados por obedecer las leyes de su país. ¿Hasta qué punto es un juez responsable de hacer cumplir la ley de su propio país?, ¿y si esta ley es objetivamente injusta? Las preguntas que nos invita a hacernos esta obra maestra son innumerables y el tema de la responsabilidad se impone como leitmotiv que compendia todos los grandes temas que toca esta película.
En el reparto cabe destacar, a mi parecer, tres interpretaciones: Spencer Tracy –en su papel de juez concienzudo y estricto, a la vez que comprensivo y humano-, Maximilian Schell –como Hans Rolfe, joven y audaz abogado defensor de los acusados nazis- y, por último, Burt Lancaster –interpretando a la trágica figura de Ernst Janning, ministro de justicia del Reich: un hombre lleno de claroscuros y con una profunda conciencia de culpa-. Junto a estos tres grandes, vemos a lo largo de la película pequeñas apariciones de otras estrellas del celuloide: Marlene Dietrich, Judy Garland, Montgomey Clift, etc.
Puede que una de las grandes virtudes de esta película sea la de crear situaciones de gran tensión y dramatismo –cosa no fácil en películas de juicios, que tantas veces tienden a aburrir al espectador- únicamente mediante los diálogos de los personajes. En el interrogatorio de Petersen (Montgomery Clift), el reconocimiento de culpa por parte de Janning (Lancaster), el discurso final de Rolfe (Schell). Durante los diálogos, la cámara se mueve de forma magistral, distanciándonos del personaje o acercándonos a él súbitamente mediante bruscos zooms que consiguen un logrado golpe de efecto. Nos encontramos frente a una obra que mira el episodio de los juicios de Núremberg con valentía y sostiene que, si bien el régimen nazi fue el vencido de la contienda, no por ello fue menos responsable de las atrocidades cometidas.
Destaco el último diálogo que Janning sostiene con el juez Haywood. Cuando este se dispone a abandonar la celda, el juez nazi le detiene: “Juez Haywood… nunca pensé que llegaría a tanto [la barbarie nazi]. Debe creerme, debe creerme…”. La respuesta de Haywood es tumbativa: “Herr Janning, llegó a tanto en el mismo momento en que por primera vez sentenció a muerte a un hombre que sabía era inocente”.
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