jueves, 2 de junio de 2011

Olor a yerba seca

OLOR YERBA SECA (Alejandro Llano. Editorial Encuentro. 527 págs.)

Con un estilo suelto, Alejandro Llano va mostrando al lector su propia vida de modo sencillo y directo. Desde sus veranos de infancia en Ribadesella, explorando cuevas inhóspitas bajo la sombra de una guerra civil aún sin cicatrizar, hasta los años decisivos en los que desempeñó el cargo de rector de la Universidad de Navarra -esta vez bajo la amenaza de otra sombra: el terrorismo-, Olor a yerba seca va desgranando la historia de una vida que ha sido testigo privilegiado del devenir de España en la segunda mitad del siglo XX.

No obstante, este no es el punto fuerte de estas memorias. En el penúltimo capítulo del libro, el autor hace un homenaje a su maestro y amigo Fernando Inciarte, brillante pensador español que desempeñó casi toda su docencia en Alemania, diciendo que “era una persona con ángel”. Para los que no lo sepan, esta es una expresión castiza para referirse a una persona con un brillo especial, atrayente, auténtica. Creo que, si hay algo que engancha al lector de esta obra, es precisamente el brillo que desprende la vida que relata. Esta luz viene dada por una vida coherente, vivida de acuerdo con unos principios cristianos y contada con una humildad que no repele, pues es discreta y desvergonzada.

Otro acierto del libro es sin duda el modo en que su autor transmite su pasión por el saber y sus inquietudes por implicarse en la vida intelectual, social y política de España –la conciencia política es una constante a lo largo de todo el libro: algo muy interesante, pues es una de las grandes carencias de la sociedad española de nuestros días. El amor por la lectura, por la enseñanza, por la universidad. La universidad como institución capaz de mostrarnos horizontes nuevos e ilusionantes, como lugar de forja de las amistades más duraderas, como lugar de desarrollo intelectual y personal. De las páginas de Olor a yerba seca se desprende una mirada profunda al pasado, que compendia reposo y lucidez, al mismo tiempo que trasluce humor e ironía. Lo divertido es que Llano no se toma en serio su vida. Por eso el libro carece de justificaciones enrevesadas y se limita a mostrarnos una vida coherente y apasionada. Una vida que, en no pocos casos, presenta visos de lo que, siglos atrás, Aristóteles definió como “vida lograda”.

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