Cuentan de un profesor de esta universidad –la Universidad de Navarra- que, años atrás, se encontraba conduciendo por una de esas rectas interminables que atraviesan los Estados Unidos. No lejos de allí había un policía apostado en su imponente Cadillac, aburrido por el paso de las horas. Al ver a lo lejos semejante prodigio -un coche que se le aproximaba a gran velocidad- decidió detenerlo cuando se le aproximara. El coche se detuvo y tras la ventanilla se asomaron una sonrisa insegura y unas marcadas gafas de pasta. El agente le pidió los papeles y pronto se dio cuenta de que era extranjero. “Where are you leading to?” (“¿A dónde se dirige?”), le preguntó. “I’m going to a congress. Actually, I’m quite late” (“Me dirijo a un congreso. En realidad, llego un poco tarde”), respondió con ingenuidad el despistado conductor. “A congress? On what?” (“¿A un congreso? ¿Sobre qué?”). “Metaphysics”, contestó airoso el conductor. Ante tan inesperada respuesta, el policía contrajo los labios y negó con la cabeza. Tras unos segundos, soltó un suspiro y devolvió los papeles al profesor. “It’s OK. Have a nice day”. El coche se fue perdiendo hasta desaparecer en el horizonte, ante la mirada atónita del agente, quien jamás hubiera imaginado que, además de pieles rojas y predicadores baptistas, pudieran encontrarse metafísicos por aquellas tierras.
Hemos mencionado esta anécdota para ilustrar cómo hoy día hay lenguas que asocian –como es el caso del inglés- la palabra “Metafísica” -“Metaphysics”- con vaguedades, elucubraciones vanas, botes de humo, etc. ¿Por qué? Es de sobra conocido que no era este el significado genuino de dicha palabra. En su artículo “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”, Willard V.O. Quine trata de dar una respuesta al panorama descrito. A primera vista, situaciones como la que hemos relatado nos dan a entender que el ciudadano medio no comprende las cuestiones que supuestamente trata la filosofía y, por tanto, se siente completamente ajeno a ellas.
En el citado artículo, Quine establece una diferencia entre la “filosofía científica” y lo que podría llamarse simplemente “filosofía” –más general y especulativa, quizá. Ambas parecen dos posturas extremas y, como tales, encierran una serie de peligros, en ocasiones ocultos, que trataremos de desenmascarar. Es muy posible que hoy día miremos con más recelo a esa filosofía más especulativa que los antiguos llamaron “Ciencia primera” o “Ciencia de las causas últimas y los primeros principios”. Un saber “en busca de una concepción organizada de la realidad”[1], un conocimiento que bien “podía ser abarcado por una sola cabeza de primera categoría”[2]. Es posible que su excesiva abstracción y su poca aplicabilidad a las realidades más cotidianas sean los motivos que muchas veces llevan a este saber a engrosar la lista de “sospechosos habituales”. En el último siglo, tal y como señala Quine, la ciencia se ha hecho más extensa y profunda[3]. Muchos límites que hasta entonces parecían insalvables han sido rebasados y, sin embargo, la filosofía ahí sigue, enredada y confundida consigo misma, como una mujer que no acierta a escoger un vestido adecuado para vestirse y salir a la calle. Qué menos, visto lo visto, que acusar a nuestra indecisa amiga de poca profundidad y rigor intelectual.
Casi en las antípodas de la postura citada nos encontramos con la “filosofía científica”, un saber que podemos considerar tan concreto y particular como la química orgánica, en palabras de Quine. “En ella como en otras áreas, los problemas y las proposiciones se analizaron en sus componentes”[4], lo que ha llevado a una proliferación de “términos técnicos y símbolos que, mientras eran útiles a los investigadores, solían extrañar a los lectores legos”[5]. El problema de esta filosofía es que su horizonte es cada vez más particular y concreto. Es una ciencia más, desgajada de la supuesta “Ciencia primera”. En su artículo, Quine se refiere sobre todo a este tipo de filosofía y asevera, con razón, que un saber tan cerrado en sí mismo no puede tener vocación de salvador del mundo. Tanto podrían hacer a este respecto un filósofo como un repartidor de periódicos.
“No todo lo que es filosóficamente importante es necesariamente de interés común”[6]. Esta frase nos duele y nos escuece a aquellos que hemos decidido dedicarnos a la filosofía. Sin embargo, si tomamos este término como Quine lo ha delimitado hasta ahora –“filosofía científica”-, no hemos de extrañarnos.
Como hemos señalado al comienzo, “filosofía” –entendida como Ciencia primera, filosofía especulativa, etc.- y “filosofía científica” parecen los dos extremos laterales que delimitan un sendero ancho y prolongado. Caminar sobre ellos es algo así como pasear sobre una cuerda floja, pues tan pronto podríamos perder el equilibrio y caer dentro de la carretera –con suerte- o fuera de ella –y entonces habríamos errado el camino. No pretendemos exponer en este ensayo una solución cerrada al problema. El defecto de nuestro tiempo es que vivimos excesivamente pegados a los datos concretos, a los resultados. Acorde con este modo de pensar, intuimos que sólo hay blanco o negro: Metafísica difusa o análisis exhaustivo. Nada más alejado de la realidad. La solución es el diálogo, la reciprocidad entre la “filosofía” y la “filosofía científica”, de tal modo que demos cabida tanto a la profundización científica como a la fundamentación de esas ciencias particulares, fundamentación que ha de provenir de una Ciencia primera. Para lograr tal fundamentación, la filosofía debe integrar todos aquellos conocimientos concretos y profundos que logran las filosofías analíticas y recuperar de alguna forma el antiguo carácter fundamentador de la Filosofía. Llegados a este punto, las preguntas se multiplican: ¿Qué método ha de seguir esta Ciencia primera?, ¿cómo ha de fundamentar a los demás saberes?, ¿podrá la filosofía recuperar el contacto con la gente? No podemos dar una solución cerrada, tan sólo tomar el camino que estas preguntas nos indican y caminar, paso a paso, cada día de nuestra vida. Como decía Martin Heidegger, el camino de nuestro batallar filosófico se parecerá en muchos casos a un camino forestal –Holzwege- que habremos de trazar al golpe de nuestras pisadas.
[1] QUINE, W.V.O., “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente” (traducción de Sara F. Barrena) en QUINE, W.V.O., Theories and things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, p. 1
[2] Ibíd.
[3] Cfr. Ibíd.
[4] Ibíd., p. 2
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
Hemos mencionado esta anécdota para ilustrar cómo hoy día hay lenguas que asocian –como es el caso del inglés- la palabra “Metafísica” -“Metaphysics”- con vaguedades, elucubraciones vanas, botes de humo, etc. ¿Por qué? Es de sobra conocido que no era este el significado genuino de dicha palabra. En su artículo “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”, Willard V.O. Quine trata de dar una respuesta al panorama descrito. A primera vista, situaciones como la que hemos relatado nos dan a entender que el ciudadano medio no comprende las cuestiones que supuestamente trata la filosofía y, por tanto, se siente completamente ajeno a ellas.
En el citado artículo, Quine establece una diferencia entre la “filosofía científica” y lo que podría llamarse simplemente “filosofía” –más general y especulativa, quizá. Ambas parecen dos posturas extremas y, como tales, encierran una serie de peligros, en ocasiones ocultos, que trataremos de desenmascarar. Es muy posible que hoy día miremos con más recelo a esa filosofía más especulativa que los antiguos llamaron “Ciencia primera” o “Ciencia de las causas últimas y los primeros principios”. Un saber “en busca de una concepción organizada de la realidad”[1], un conocimiento que bien “podía ser abarcado por una sola cabeza de primera categoría”[2]. Es posible que su excesiva abstracción y su poca aplicabilidad a las realidades más cotidianas sean los motivos que muchas veces llevan a este saber a engrosar la lista de “sospechosos habituales”. En el último siglo, tal y como señala Quine, la ciencia se ha hecho más extensa y profunda[3]. Muchos límites que hasta entonces parecían insalvables han sido rebasados y, sin embargo, la filosofía ahí sigue, enredada y confundida consigo misma, como una mujer que no acierta a escoger un vestido adecuado para vestirse y salir a la calle. Qué menos, visto lo visto, que acusar a nuestra indecisa amiga de poca profundidad y rigor intelectual.
Casi en las antípodas de la postura citada nos encontramos con la “filosofía científica”, un saber que podemos considerar tan concreto y particular como la química orgánica, en palabras de Quine. “En ella como en otras áreas, los problemas y las proposiciones se analizaron en sus componentes”[4], lo que ha llevado a una proliferación de “términos técnicos y símbolos que, mientras eran útiles a los investigadores, solían extrañar a los lectores legos”[5]. El problema de esta filosofía es que su horizonte es cada vez más particular y concreto. Es una ciencia más, desgajada de la supuesta “Ciencia primera”. En su artículo, Quine se refiere sobre todo a este tipo de filosofía y asevera, con razón, que un saber tan cerrado en sí mismo no puede tener vocación de salvador del mundo. Tanto podrían hacer a este respecto un filósofo como un repartidor de periódicos.
“No todo lo que es filosóficamente importante es necesariamente de interés común”[6]. Esta frase nos duele y nos escuece a aquellos que hemos decidido dedicarnos a la filosofía. Sin embargo, si tomamos este término como Quine lo ha delimitado hasta ahora –“filosofía científica”-, no hemos de extrañarnos.
Como hemos señalado al comienzo, “filosofía” –entendida como Ciencia primera, filosofía especulativa, etc.- y “filosofía científica” parecen los dos extremos laterales que delimitan un sendero ancho y prolongado. Caminar sobre ellos es algo así como pasear sobre una cuerda floja, pues tan pronto podríamos perder el equilibrio y caer dentro de la carretera –con suerte- o fuera de ella –y entonces habríamos errado el camino. No pretendemos exponer en este ensayo una solución cerrada al problema. El defecto de nuestro tiempo es que vivimos excesivamente pegados a los datos concretos, a los resultados. Acorde con este modo de pensar, intuimos que sólo hay blanco o negro: Metafísica difusa o análisis exhaustivo. Nada más alejado de la realidad. La solución es el diálogo, la reciprocidad entre la “filosofía” y la “filosofía científica”, de tal modo que demos cabida tanto a la profundización científica como a la fundamentación de esas ciencias particulares, fundamentación que ha de provenir de una Ciencia primera. Para lograr tal fundamentación, la filosofía debe integrar todos aquellos conocimientos concretos y profundos que logran las filosofías analíticas y recuperar de alguna forma el antiguo carácter fundamentador de la Filosofía. Llegados a este punto, las preguntas se multiplican: ¿Qué método ha de seguir esta Ciencia primera?, ¿cómo ha de fundamentar a los demás saberes?, ¿podrá la filosofía recuperar el contacto con la gente? No podemos dar una solución cerrada, tan sólo tomar el camino que estas preguntas nos indican y caminar, paso a paso, cada día de nuestra vida. Como decía Martin Heidegger, el camino de nuestro batallar filosófico se parecerá en muchos casos a un camino forestal –Holzwege- que habremos de trazar al golpe de nuestras pisadas.
[1] QUINE, W.V.O., “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente” (traducción de Sara F. Barrena) en QUINE, W.V.O., Theories and things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, p. 1
[2] Ibíd.
[3] Cfr. Ibíd.
[4] Ibíd., p. 2
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
1 comentario:
Recuerdo bien ese artículo. Ya no recuerdo lo que escribí, pero sí lo que me hizo pensar y, también, lo que llegó a perforar esa pregunta en mí.
Gracias por abrir de nuevo la herida que nunca debe cerrarse.
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