sábado, 2 de abril de 2011

Por el análisis a la parálisis


En su artículo “Truth”, el filósofo británico John Langshaw Austin se proponía mostrar cómo “un adecuado análisis del lenguaje veritativo confirma la teoría de la verdad como correspondencia entre enunciados y hechos”[1]. Mi pregunta es la siguiente: ¿es el análisis del lenguaje un método suficiente para llegar a constatar que un enunciado es verdadero? Austin se daba cuenta del riesgo de su propuesta, y por ello matizó sus aspiraciones subrrayando que el análisis del lenguaje nunca tendría la última palabra en filosofía. Dicho análisis “es la necesaria primera palabra en filosofía, pero no la última”[2]. A lo largo de los siglos XIX y XX, se ha ido erigiendo un mito en lo referente al análisis del lenguaje como la panacea para todos los problemas que hasta entonces venía planteándose la filosofía. Creo que un repaso a la historia del pensamiento nos llevaría a darnos cuénta del porqué de este nuevo encaminamiento que Rorty llamaría más tarde “giro lingüístico”. La Modernidad fue un tiempo de numerosos prodigios, un tiempo en que el credo del hombre era el propio hombre y sus asombrosas capacidades. Fue esta época la que hizo ascender al ser humano al más alto pináculo del templo del saber, para más tarde dejarlo caer a merced de uno de tantos descubrimientos modernos: la gravedad. En esta ocasión el dios de los filósofos –ese dios que postularon Descartes, Malebranche, Kany y Hegel- no pudo decir “mandaré a mis ángeles para que no tropieces con tu pie en piedra”. No. Tal dios era tan real como la glándula pineal cartesiana o tan ficticio como las ilusiones trascendentales de Kant. La razón cayó del cielo como un rayo para precipitarse en la sima del olvido, para convertirse de pronto en la gran mentirosa, uno de tantos humos de la realidad evaporada, en palabras de Nietzsche.


Si he sufrido la sed, el hambre, / todo lo que era mío y resultó ser nada, / si he segado las sombras en silencio, / me queda la palabra[3]


¿Qué quedaba a los filósofos? Como diría el poeta Blas de Otero, la palabra. El último baluarte que no cayó ante la hecatombe de la Modernidad. La única fiel acompañante del ser humano. Fue la palabra el firme asidero para filósofos como Frege, Russel o Wittgenstein. Ellos creyeron encontrar en la palabra la llave a todas las puertas, la salida a todo lo que hasta entonces se había revelado como aporía. Considero por mi parte, al igual que Austin, que el análisis del lenguaje es ciertamente un primer paso seguro en el peregrinar de todo buen filósofo. No obstante, valga la redundancia, la palabra nunca es la última palabra. Si la filosofía sólo aspira a deconstruir las estructuras del lenguaje, difícilmente avanzará más allá del umbral de los eternos interrogantes: Dios, el mundo, la verdad, el bien, etc. Esta disciplina quedaría paralizada, incapaz de moverse y enredada en un intrincado laberindo de análisis lógicos.


La misma pregunta por la verdad, a la cual apuntan teórias como las de Austin -que establecen qué tipo de lenguaje es susceptible de calificarse como verdadero o falso- no sería sino un gran espejismo de quedarnos estancados en el análisis lingüístico. Y es que hay algo que el mero lenguaje no es capaz de revelarnos, algo que sin embargo es requisito fundamental para poder hablar de verdad y de esta entendida en términos de correspondencia entre lo que decimos y el mundo real. Este requisito es algo tan simple como la existencia. En la escolástica tardía, filósofos como Duns Escoto sostuvieron que la existencia actual es algo que aparece en una esencia cuando tiene la serie completa de sus determinaciones[4]. Esto no es así. Por muchas determinaciones que adscribamos a un unicornio blanco este no va a comenzar a existir. Del mismo modo, el mero análisis del lenguaje jamás podrá decirnos si la proposición “las vacas vuelan” es más verdadera que “las vacas dan leche”. La existencia actual de lo contenido en la proposición no se extrae del análisis lingüístico. Jamás podremos establecer la verdad, por tanto, a partir del análisis. Es en estos tiempos en los que la filosofía parece quedar relegada en algunos casos a ámbitos próximos a la sociología o la literatura cuando se hace más necesaria la pregunta por la existencia, el ser, fundamento de toda verdad. Así, podemos decir, siguiendo la aserción de Austin, que la última palabra no la tendrá el análisis del lenguaje, sino, tal vez, la Metafísica.

[1] NUBIOLA, Jaime, "J. L. Austin: Analisis y Verdad", Anuario Filosófico X/2 (1977), p. 2 [2] Cfr. AUSTIN, J.L., Philosophical Papers, Oxford University Press, 1970 (2ª ed.), p. 185, citado en NUBIOLA, Jaime, op. cit., p. 1 [3] De OTERO, BLAS, Antología poética [4] Cfr. GILSON, Étienne, El ser y los filósofos (5ª ed., 1ª reimpresión), EUNSA, Pamplona, 2009, p. 125

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