domingo, 26 de diciembre de 2010

Cautivado por la Alegría

CAUTIVADO POR LA ALEGRÍA (C.S. Lewis. Editorial Encuentro. 189 págs.)


“Debes imaginarme solo, en aquella habitación del Magdalen, noche tras noche, sintiendo, cada vez que mi mente se apartaba por un momento del trabajo, el acercamiento continuo, inexorable, de Aquel con quien, tan encarecidamente, no deseaba encontrarme. Aquel a quien temía profundamente cayó al final sobre mí. Hacia la festividad de la Trinidad de 1929 cedí, admití que Dios era Dios y, de rodillas, recé; quizá fuera, aquella noche, el converso más desalentado y remiso de toda Inglaterra”.

Cautivado por la Alegría (Surprised by Joy) es una autobiografía atípica, insospechada; un amplio y confuso aguafuerte del que el autor tan sólo está interesado en destacar episodios y aspectos concretos, piezas clave que ayudan al lector a ensamblar el complejo e intrincado puzzle que es toda conversión. Lejos de intentar extrapolar su experiencia a un plano más universal, Lewis se limita a hablarnos de su vida y de las personas que conoció desde su misma infancia. A lo largo de las páginas de esta obra van desfilando figuras tan luminosas como su madre –fallecida cuando el autor era un niño- y tan oscuras como el viejo Oldie –el iracundo profesor de la primera escuela a la que asistió Lewis- o los arrogantes y degenerados patricios de Wyvern –otra escuela a la que asistió antes de prepararse para la Universidad-.

“Insoportablemente personal”, en palabras del propio Lewis, esta autobiografía es también la confluencia de dos historias paralelas, si es que se puede habar así. Por un lado, la historia de los hechos que acontecieron en la vida real de C.S. Lewis –los años de escuela, las vacaciones, el servicio militar en la Gran Guerra…- y, por otro, el devenir del rico mundo interior del autor. Un mundo que comenzó a germinar en su más tierna infancia, alimentado por una imaginación desbordante que llevó al Lewis más niño a inventar mundos fantásticos y a desarrollar una curiosa “pasión por lo nórdico” –es decir, por la mitología nórdica y las obras surgidas en torno a ella: El Anillo de los Nibelungos, las Sagas escandinavas, así como la música de Richard Wagner-. Fueron estas experiencias interiores las que despertaron en el autor los indicios de algo nunca antes vivido: la Alegría. Estos y otros indicios posteriores le encaminaron en la búsqueda incansable de la fuente de dicha “Alegría”, llevándole, en un peregrinar confuso y de rumbo desconocido en muchas ocasiones, del más indolente ateísmo a un racional teísmo de tintes hegelianos y, finalmente, al retorno a la casa del Padre, al Cristianismo. “Al fin el hijo pródigo volvía a cada por su propio pie”.

El propio título de la obra sintetiza muy bien lo que supuso para Lewis el encuentro con el Dios verdadero: una sorpresa, el rapto inesperado de la auténtica Alegría, de una Alegría derrochada a manos llenas por un Dios misericordioso y sin escrúpulos, que se mete en nuestras vidas con descaro e impertinencia, a fin de que hallemos de su mano la fuente de todas las alegrías.

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