lunes, 7 de junio de 2010

El guardián entre el centeno

The catcher in the rye (J.D. Salinger) Penguin Books (Versión Original, 192 págs.), Alianza Editorial (Castellano, 232 págs.)

Se trata de una obra de la que seguramente todos –aunque sólo sea de refilón- hemos oído hablar. El sabio Salinger… Salinger el polémico, el zafio, el mordaz, el resentido… el enigmático. Como es sabido, esta es la única novela que su autor llegó a publicar en vida –murió recientemente, en enero de 2010-. Salinger fue un fugitivo de la fama, un ídolo que no se dejaba ver en público ni fotografiar. ¿Qué es lo que hizo que dejara de escribir?, ¿acaso creyó haberlo dicho todo con un solo libro? Son estos y otros interrogantes los que han encumbrado El guardián entre el centeno al Parnaso de las grandes obras literarias, convirtiéndolo en un libro de culto que ha sido objeto de las más variopintas teorías y elucubraciones. En cualquier caso, considero un acierto haber leído esta obra en su idioma original, pues posee un estilo muy característico ante el cual la traducción puede resultar entorpecedora.

Holden Caulfield es un adolescente en plena ebullición. Tras una larga lista de malas experiencias y expulsiones, Holden reside en Pencey, un internado del que es nuevamente expulsado días antes de comenzar las vacaciones de Navidad. La novela nos relata la odisea vital –emocional, afectiva, etc.- del protagonista en los días que suceden a su marcha de Pencey, antes de su llegada a casa. Con la frenética e impersonal ciudad de Nueva York como telón de fondo, nuestro joven caballero errante recorrerá una serie de episodios por los cuales tratará de encontrar el sentido y rumbo de su vida sin demasiado éxito. Holden parece haber declarado la guerra al mundo, pues todas las personas que encuentra a su paso le parecen unos hipócritas de vida desgraciada. Puede que, de hecho, lo sean. El autor muestra con acierto, en unas pocas pinceladas, el espíritu de una sociedad superficial, ruidosa y desnortada como lo era la del capitalismo de los años 60, germen de la sociedad actual. Pero no es sólo la sociedad la que carece de rumbo. Holden también sufre esa carencia. De algún modo, Salinger arremete en su obra contra dicha sociedad, achacándole parte de la culpa de la desorientación del protagonista. La sociedad de la autorrealización, de la competitividad académica, de la búsqueda alocada de placer… Holden busca, pero lo hace en una sociedad que no se define por ser precisamente buscadora –pues cree poder darse a sí misma lo que necesita- y, por tanto, la búsqueda siempre concluye en un vacío frustrado. Es una búsqueda por la identidad, por el propio nombre. Pero Holden se encuentra con que ha de darse a sí mismo un nombre, una identidad –el quién que todos tenemos y que nos ha sido dado-, y no puede, se ve incapaz. Leyendo entre líneas, podría decirse que, en este sentido, Salinger deja en su novela una puerta entreabierta a la trascendencia.

Nuestro protagonista odia a todos, porque no le han enseñado a amar. Pero, ¿cómo va a amar alguien nacido en un mundo que no sabe amar? Holden ve ante sí un mundo egoísta… y lo rechaza. Se niega a amarlo, así como a comprometerse con él –de ahí su fracaso escolar-. Tan sólo ama a aquellos a los que todavía no ha engullido ese mundo que odia: los niños –entre los que está su hermanita Phoebe-. La inocencia y la ingenuidad de los niños es el único consuelo para Holden en un mundo sin escrúpulos. Por eso él, tal y como dice el libro, querría ser como aquel guardián que vela por los niños que juguetean felices entre el centeno, impidiendo que caigan por el precipicio oculto por las espigas.

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