viernes, 19 de marzo de 2010

Clint Eastwood: La "trilogía del perdón"

Después de su aclamado western crepuscular, parecía como si Eastwood no hubiera pasado página en este capítulo de su filmografía: la culpa, el perdón. Son temas neurálgicos en las películas que Clint dirigirá en el arranque del nuevo milenio. Entre ellas cabe destacar lo que nos atrevemos a denominar como la trilogía del perdón, a saber, Mystic River, Million Dollar Baby y Gran Torino, tres películas de índole intimista y hondo calado en las que, sin duda, nuestro director se vio implicado de lleno.


MYSTIC RIVER (2003)

El problema del mal impregna este sobrecogedor film de principio a fin. La historia comienza con tres chavales, amigos del barrio: Jimmy, Sean y Dave. Una mañana, Dave es secuestrado por un hombre que se hace pasar por policía. Desgraciadamente, el chico no es llevado a comisaría, sino que es encerrado en un oscuro nicho donde abusan de él cruelmente. Consigue escapar, pero nunca volverá a ser el mismo.

Décadas más tarde, cada uno de los amigos ha escogido caminos dispares que le han llevado a separarse del resto. Jimmy (Sean Penn), propietario de un ultramarino, parece haberse erigido como jefe de la mafia del barrio. Sean (Kevin Bacon), por su parte, es miembro de la policía y Dave, el niño que perdió la infancia de tan joven, es un padre de familia aparentemente normal, aunque atormentado por el horrible recuerdo de los abusos recibidos. Todo parece transcurrir con normalidad cuando Jimmy es informado de que su hija Kate ha desaparecido. La verdad no tarda en descubrirse y encuentran a Kate en un parque cercano, violada y con la ropa desgarrada. El mal, que separó a los tres amigos en su infancia, vuelve a unirlos para hacerles pasar una dura prueba. Jimmy, furioso, quiere venganza, y comienza a indagar sobre quién ha podido ser el asesino.

Todas la pruebas apuntan a que Dave es quien ha matado a la chica y Celeste, su mujer, es la primera que sospecha de él, pues una noche llegó a casa con las manos ensangrentadas. Dave es arrestado por Sean para responder a un interrogatorio. Él insiste en que aquella noche no mató a Kate. Su mujer acaba por no creerle y decide contárselo a Jimmy, con quien tiene mucha relación. Una noche, a orillas del río Mystic, Jimmy le da la oportunidad a Dave de confesar lo que hizo y él le dice lo que de verdad pasó. “Perdí el juicio. Le machaqué la cabeza contra el suelo. Había sangre por todas partes… puede que le haya matado (…) Uno se siente muy sólo cuando le hace daño a alguien. Te sientes como un extraño”. Dave acabó con la vida de un hombre que abusaba de un menor en su coche mientras todos sus malos recuerdos de infancia le recorrían la cabeza.

Pero Sean, cegado por la venganza sólo necesita a alguien que admita el asesinato de su hija y no quiere escuchar la verdad. Del mismo modo en que lo haría el forajido de “Sin perdón”, Sean acaba con la vida de Dave, la víctima expiatoria, con un disparo después de clavarle varias veces su navaja. “Primero tienes que cumplir la condena como yo lo hice”, le espeta. Al final, los responsables de la muerte de la chica resultan ser dos adolescentes que sólo pretendían asustarla pero a quienes la situación se les fue de las manos. .

Cabe mencionar el curioso caso del policía –Sean-, quien, paralelamente a la búsqueda de los asesinos de Kate, recibe las llamadas de su mujer. Los dos están separados y Lorraine, la mujer, le llama en varias ocasiones. No le dirige nunca la palabra y tras unos momentos de indecisión siempre acaba por colgar el teléfono. A lo largo de la película, se repiten estas llamadas. Sin embargo, al final, una vez descubierto todo el crimen, Sean vuelve a recibir la llamada de su mujer. Él sólo dice “lo siento”, a lo que ella responde: “Yo también lo siento”. A partir de ese momento, vuelven a hablarse. Es como si Eastwood estuviera intentando acercarse a un final donde el perdón fuera posible. Pero lo cierto es que no deja de ser una minúscula chispa de esperanza en el clima de pesimismo e impotencia donde el hombre no es sino un ser marcado por un destino absurdo del que no puede escapar.


MILLION DOLLAR BABY (2004)

En 2004 salió la segunda película de la “trilogía”, Million Dollar Baby, la historia de un exboxeador, Frankie Dunn (Eastwood), que se dedica a entrenar a jóvenes boxeadores. Con esta historia, el director vuelve a entrar de lleno en la idea de la culpa. Según se puede ver, él tiene un pasado trágico del que no está satisfecho. Asiste diariamente a Misa y no deja de escribir cartas a su hija. Cartas que son devueltas sin respuesta alguna. Su socio Eddie (Morgan Freeman) le recrimina constantemente el involucrarse demasiado en la vida de los boxeadores que él entrena. Teme que apueste demasiado por ellos y al final salga sin éxito. Tal vez por esto, el comportamiento del entrenador es algo cínico y apático. Aparece entonces Maggie (Hillary Swank), una camarera de Missouri que aspira a ser boxeadora y, lo que es más difícil, a que Frankie le entrene. El protagonista, lleno de prejuicios y desengaños, no la acepta. Gracias a su tenacidad, Maggie comienza a formar parte del Hit Pit Gym y poco a poco entrará de lleno en la vida de Frankie llegando a ser para él como una hija. A pesar de no mostrarlo exteriormente, el entrenador ve en ella una gran boxeadora y pronto comienzan las victorias. Ella asciende de categorías. El dinero que gana lo emplea para comprar una casa a sus familiares que hasta entonces vivían en una caravana. Ellos desprecian totalmente el esfuerzo de la chica por comprarles un lugar digno.

El personaje de Eastwood sufre una radical transformación a lo largo de la película y se enfrentará a un gran dilema cuando Maggie quede paralítica por una jugada sucia de su contrincante. Vuelve a aparecer el tema de la familia cuando su madre y hermanos llegan al hospital después de pasar algunos días en un parque de atracciones. Se interesan por lo que ella les pueda dejar en términos económicos más que por su salud. Pero es Frankie quien asume totalmente el papel de padre cuidando a Maggie como si fuera su hija, “su sangre” como le apodaba en el cuadrilátero. Maggie estaba obsesionada con la victoria y veía toda la vida como una lucha para conseguir el triunfo y ahora, ya cumplido, nada tiene sentido. Ella le pide insistentemente que la mate y no se percata del inmenso amor que Frankie siente por ella. “No quiero seguir viviendo así, Frankie (…) Lo tengo todo. No permitas que sigan quitándomelo (…) No dejes que me quede aquí echada hasta que ya no pueda oír a esa gente gritar”, argumenta la joven paralítica.

El protagonista tiene un gran conflicto interior. Es interesante la conversación que mantiene con el sacerdote al que antes solía irritar con sus preguntas irreverentes. El párroco, que le conoce suficientemente, le dice que tiene algo en el pasado que no se lo perdona desde hace mucho tiempo. Junto a esto, lo que piensa hacer –la eutanasia- no se lo podrá perdonar nunca. “Si lo haces acabarás perdido en algún lugar profundo donde jamás volverás a encontrarte”. Frankie tomará la determinación de matar a Maggie. Se trata de una decisión que le cerrará en banda al perdón y le precipitará en ese “lugar profundo”. La última toma muestra la soledad de nuestro protagonista en la cafetería que Maggie le enseñó. Este final irrumpe totalmente la transformación que Frank parecía estar tomando para reencontrarse de nuevo con aquella culpa que no le dejaba vivir.


GRAN TORINO (2009)

La última obra de esta “trilogía” vio la luz en 2009. Se trata de una película que parece mostrar una conclusión a la que se ha llegado tras varias películas en las que se daban diferentes planteamientos del concepto de culpa.

El protagonista, Walt Kowalski (interpretado por Eastwood) es un veterano de la guerra de Corea jubilado a quien recientemente se le ha muerto su mujer. Sus hijos le tienen olvidado y sus nietos le han perdido el respeto. No soporta que los orientales se hayan instalado en su barrio y por eso les desprecia. Invierte su tiempo en hablar con su perra Daisy, beber cerveza, cuidar su Gran Torino del 72 y pasar largas horas sentado en su porche. Pero este personaje sufrirá una transformación completa a lo largo del film. Todo comienza cuando Kowalski se ve en la necesidad de ayudar a Sue Van Lor -su vecina de la etnia hmong- a quien están acosando unos delincuentes. Por otra parte, Thao, el hermano de Sue, es presionado por sus primos para que robe el Gran Torino del Señor Kowalski. Thao es descubierto cuando pretendía perpetrar el robo. A pesar de que Kowalski le deja marcharse, su familia insiste en que debe servirle para todo lo que quiera durante un tiempo. Todos los prejuicios que Walt tenía van desapareciendo a medida que conoce más de cerca a sus vecinos y descubre que tienen algunas cosas en común. Poco a poco el vecino apático acaba por encariñarse con la familia de la etnia hmong.

El conflicto comienza cuando Thao se niega a seguir a la banda y Walt sale en defensa del chaval, enfrentándose a ellos. Los pandilleros, en señal de venganza, raptan y violan a Sue. Es aquí donde la solución al mal cambia radicalmente con respecto a las películas anteriores de Eastwood. Cuando Kowalski se prepara para el desenlace, todo apunta a que Eastwood va a recurrir a la violencia, tal y cómo lo hizo Munny en Sin Perdón. Thao representa esta reacción de venganza violenta llena de desesperación. “Tenemos que cargarnos a esos capullos (…) Esto tiene que acabar hoy”, dice furioso. “¿De repente eres un matón sediento de sangre?”, le responde el viejo.

Kowalski decide acabar con su pasado atormentado. Acude al joven sacerdote para confesarse de lo que su mujer consideraba como faltas. También confiesa a Thao las atrocidades cometidas en la guerra. “Estoy en paz” le dice al sacerdote antes de emprender su plan. Todo está preparado. El señor Kowalski asume toda la violencia de quienes han maltratado a la muchacha hmong presentándose en su casa sin arma alguna. Inocente, será salvajemente tiroteado, cayendo sobre la hierba del jardín con los brazos en cruz –clara alusión a la redención-. El hecho de que un hombre inocente, ajeno al conflicto existente entre los hmong pero tan humano como ellos, asuma voluntariamente todo el mal que aterra el barrio es una clara alusión al sacrificio redentor de Cristo, verdadera víctima propiciatoria que se entregó con pleno amor por los pecados del género humano. Quizá sea esta la respuesta definitiva al problema de la culpa, el mal y la violencia que nos quiere mostrar Eastwood cuando cierra la trilogía con este sorprendente final. La violencia no sucumbe ante la violencia, sino ante el amor. “Es necesario que alguien que sea totalmente bueno incorpore a él mi memoria y mis miserias, cargue con mis pecados, los injerte en su propio ser, para así darles salida y solución. Y esto sólo Dios puede hacerlo". Es esto lo que, de manera alegórica, da a entender el cierre de Gran Torino.

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