En su reciente película Cassandra’s Dream, el cineasta neoyorkino vuelve a pelearse con los sospechosos habituales de su filmografía: la moral y Dios. Esta vez el conflicto no se resolverá con el habitual cinismo de Allen, actitud que vemos en obras suyas como Delitos y faltas o Match Point: no hay moral, Dios no existe o, en el caso de existir, se limita a observar –con esa mirada intensa y penetrante de la que nos hablaba Judah Rosental en Delitos y faltas- mientras nosotros actuamos condicionados por un azar caprichoso e incierto. En Cassandra’s Dream parece apostar por un acercamiento a la existencia real de la culpa, el cual puede apreciarse también en la propia película, a medida que avanza la historia.
Ian y Terry son dos hermanos pertenecientes a la clase trabajadora londinense aficionados a apostar en carreras de galgos y partidas de póquer. En una ocasión, Terry perderá una fuerte cantidad de dinero a las cartas. Es en este momento cuando ambos hermanos vuelven la vista hacia su tío Howard, el clásico tío multimillonario afincado en Los Ángeles. Con motivo de una visita de su tío a Londres, Ian y Terry pedirán ayuda a Howard, a lo que este les responde con una propuesta: ambos tendrán el dinero a condición de que maten a un antiguo socio de Howard que posee información comprometida que podría poner en entredicho la fama de este. “La familia es la familia, la sangre es la sangre”, les espeta el tío a modo de excusa. Comienza entonces el dilema moral en las conciencias de los dos hermanos. “Es un homicidio, ¿sabes?”, le dice Terry a su hermano. “Ya sé lo que es”, responde Ian. Vemos como aquí se perfilan dos caracteres opuestos: el hermano que parece un irresponsable pero que al final se interroga por la rectitud moral de sus actos y el hermano frío y metódico que antepone sus intereses a la moral. Finalmente, se decidirán por perpetuar el asesinato. “Estamos cruzando la línea, Ian, ya no hay vuelta atrás, ya te lo dije”, advierte Terry poco antes del homicidio. Una vez consumado, cada hermano adoptará una actitud diferente. Mientras Ian calla su conciencia con la satisfacción de un amor pasional, Terry se hunde en una sima de incertidumbre y culpa. Tanto es así que deja de dormir por las noches y comienza a comportarse como un neurótico. “Quiero hacer borrón y cuenta nueva (…) Cumplir mi castigo y liberarme”. Terry necesita confesar su pecado y no ve otra solución que entregarse a la policía, decisión a la que Ian se opondrá rotundamente. Llega a la conclusión de que Terry habrá se ser eliminado para que él y el tío Howard puedan mantener su reputación.
Es un guión serio, en el que apenas queda espacio para las escenas cómicas y donde hay una constante: el peso de la culpa. A lo largo del film nos encontramos con personajes que se posicionan de uno y otro lado. Los hay que comienzan con la firme convicción de que la vida se mueve al dictado del azar y más tarde cambian. Un claro ejemplo es el propio Terry. “Hay rachas… Hay que aprovechar la suerte cuando llega”, dice al inicio del film. No obstante, le oiremos pronunciar frases bien opuestas pasado un tiempo. “¿Y si Dios existe?”. Y en otra ocasión: “Quiero entregarme, Ian. Hemos quebrantado la ley de Dios”. También tenemos personajes más escépticos, tales como Ian o su amante, Angela. “En el fondo, la vida no es más que pura ironía”, afirma ella. Allen no se posiciona a favor de ninguna de las dos actitudes, pero parece inclinarse más hacia la primera, la actitud de Terry. Existe un sentimiento de culpa, consecuencia de una acción que juzgamos mala. Es algo que embarga por completo al ser humano y le lleva a preguntarse por la vigencia de una moral universal, una ley divina. No podemos permanecer indiferentes ante la rectitud moral de nuestras acciones, parece sugerir esta película.
Sin embargo, a pesar de plantear con más crudeza que nunca este tema, el neoyorquino sigue sin saber darle solución. Así como la idea de culpa es constante –como hemos visto- en varias películas de Allen, el concepto de perdón brilla por su ausencia. En cualquier caso, puede que, de algún modo, Cassandra’s Dream nos haga intuir algo así como que todo pecado ha de ser confesado y su culpa expiada. De ahí que Terry afirme que quiere “hacer borrón cuenta nueva, cumplir mi castigo y liberarme”. Desgraciadamente, esta esperanza de liberación queda empañada por una cierta fatalidad y un azar que avoca a ambos hermanos a un final trágico.
Ian y Terry son dos hermanos pertenecientes a la clase trabajadora londinense aficionados a apostar en carreras de galgos y partidas de póquer. En una ocasión, Terry perderá una fuerte cantidad de dinero a las cartas. Es en este momento cuando ambos hermanos vuelven la vista hacia su tío Howard, el clásico tío multimillonario afincado en Los Ángeles. Con motivo de una visita de su tío a Londres, Ian y Terry pedirán ayuda a Howard, a lo que este les responde con una propuesta: ambos tendrán el dinero a condición de que maten a un antiguo socio de Howard que posee información comprometida que podría poner en entredicho la fama de este. “La familia es la familia, la sangre es la sangre”, les espeta el tío a modo de excusa. Comienza entonces el dilema moral en las conciencias de los dos hermanos. “Es un homicidio, ¿sabes?”, le dice Terry a su hermano. “Ya sé lo que es”, responde Ian. Vemos como aquí se perfilan dos caracteres opuestos: el hermano que parece un irresponsable pero que al final se interroga por la rectitud moral de sus actos y el hermano frío y metódico que antepone sus intereses a la moral. Finalmente, se decidirán por perpetuar el asesinato. “Estamos cruzando la línea, Ian, ya no hay vuelta atrás, ya te lo dije”, advierte Terry poco antes del homicidio. Una vez consumado, cada hermano adoptará una actitud diferente. Mientras Ian calla su conciencia con la satisfacción de un amor pasional, Terry se hunde en una sima de incertidumbre y culpa. Tanto es así que deja de dormir por las noches y comienza a comportarse como un neurótico. “Quiero hacer borrón y cuenta nueva (…) Cumplir mi castigo y liberarme”. Terry necesita confesar su pecado y no ve otra solución que entregarse a la policía, decisión a la que Ian se opondrá rotundamente. Llega a la conclusión de que Terry habrá se ser eliminado para que él y el tío Howard puedan mantener su reputación.
Es un guión serio, en el que apenas queda espacio para las escenas cómicas y donde hay una constante: el peso de la culpa. A lo largo del film nos encontramos con personajes que se posicionan de uno y otro lado. Los hay que comienzan con la firme convicción de que la vida se mueve al dictado del azar y más tarde cambian. Un claro ejemplo es el propio Terry. “Hay rachas… Hay que aprovechar la suerte cuando llega”, dice al inicio del film. No obstante, le oiremos pronunciar frases bien opuestas pasado un tiempo. “¿Y si Dios existe?”. Y en otra ocasión: “Quiero entregarme, Ian. Hemos quebrantado la ley de Dios”. También tenemos personajes más escépticos, tales como Ian o su amante, Angela. “En el fondo, la vida no es más que pura ironía”, afirma ella. Allen no se posiciona a favor de ninguna de las dos actitudes, pero parece inclinarse más hacia la primera, la actitud de Terry. Existe un sentimiento de culpa, consecuencia de una acción que juzgamos mala. Es algo que embarga por completo al ser humano y le lleva a preguntarse por la vigencia de una moral universal, una ley divina. No podemos permanecer indiferentes ante la rectitud moral de nuestras acciones, parece sugerir esta película.
Sin embargo, a pesar de plantear con más crudeza que nunca este tema, el neoyorquino sigue sin saber darle solución. Así como la idea de culpa es constante –como hemos visto- en varias películas de Allen, el concepto de perdón brilla por su ausencia. En cualquier caso, puede que, de algún modo, Cassandra’s Dream nos haga intuir algo así como que todo pecado ha de ser confesado y su culpa expiada. De ahí que Terry afirme que quiere “hacer borrón cuenta nueva, cumplir mi castigo y liberarme”. Desgraciadamente, esta esperanza de liberación queda empañada por una cierta fatalidad y un azar que avoca a ambos hermanos a un final trágico.
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