Nanni Moretti, director de cintas como Caro Diario, nos presenta un elocuente drama sobre uno de los problemas –si no el problema- más difíciles de abordar por el cine de un modo serio: la muerte. Giovanni, psicoanalista de profesión, es padre de una familia aparentemente próspera y estable. Una mañana de domingo, un paciente le telefonea y le dice que ha de acudir enseguida a atenderle. Esa misma mañana, Andrea, el hijo, ha quedado con unos amigos para salir a bucear. La muerte ronda silenciosamente las vidas de los cuatro miembros de la familia. Al final, escogerá a Andrea.
A pesar de no saber plantear soluciones claras al vacío que abre semejante situación, Moretti no cae en lo sentimental y la lágrima fácil. Toda la película se ve impregnada por un realismo sobrio y contenido. En ocasiones, poético. El peligro de este tipo de films es que el guionista nos presente una historia ya digerida, con una solución más o menos válida al problema. Por contraste, Moretti es abiertamente sincero consigo mismo: se nos muestra desarmado, sin soluciones, y deja, de algún modo, que andemos con él ese camino de recorrido incierto.
Y es que esa sobriedad esconde un hondo significado en cada escena. Me centraré en algunas que merecen especial atención: El sorprendente encuentro con los Hare Krishna al comienzo y la escena de la Misa por Andrea nos muestran la incomprensión del padre hacia lo trascendente. Moretti remarca su convencimiento de que la muerte es el final –“Para mí, cuando se cierra el ataúd es realmente el final”, reconocía en una entrevista- en la desgarradora escena de la preparación del féretro del hijo. Es también revelador el modo en que se hace uso de los planos: antes de la muerte de Andrea abundan los planos generales en los que aparece la familia entera en un solo encuadre. Tras su muerte, se pasa a los planos medios y primeros planos, queriendo decir que, frente a tal abismo, cada miembro tiende aislarse al no encontrar soluciones.
Cuando la película parece perder el sentido y decae, aparece un último recurso que despierta en los padres un destello de esperanza: la carta de la novia de Andrea. Ambos desconocían que su hijo tuviera una novia y ven en ella un último resquicio de su hijo aún incorrupto. Perciben a la vez que nunca le llegaron a conocer del todo –esa intimidad impenetrabe es a lo que se refiere Moretti con “la habitación del hijo”-. La escena final, a modo de gran metáfora, es especialmente reveladora: el mar, la frontera, la música de Brian Eno, el plano general –de nuevo- de la familia en la playa –parecen naúfragos que han de reemprender la marcha tras ser arrastrados a la orilla por ese mar que mató al hijo-.
A pesar de no saber plantear soluciones claras al vacío que abre semejante situación, Moretti no cae en lo sentimental y la lágrima fácil. Toda la película se ve impregnada por un realismo sobrio y contenido. En ocasiones, poético. El peligro de este tipo de films es que el guionista nos presente una historia ya digerida, con una solución más o menos válida al problema. Por contraste, Moretti es abiertamente sincero consigo mismo: se nos muestra desarmado, sin soluciones, y deja, de algún modo, que andemos con él ese camino de recorrido incierto.
Y es que esa sobriedad esconde un hondo significado en cada escena. Me centraré en algunas que merecen especial atención: El sorprendente encuentro con los Hare Krishna al comienzo y la escena de la Misa por Andrea nos muestran la incomprensión del padre hacia lo trascendente. Moretti remarca su convencimiento de que la muerte es el final –“Para mí, cuando se cierra el ataúd es realmente el final”, reconocía en una entrevista- en la desgarradora escena de la preparación del féretro del hijo. Es también revelador el modo en que se hace uso de los planos: antes de la muerte de Andrea abundan los planos generales en los que aparece la familia entera en un solo encuadre. Tras su muerte, se pasa a los planos medios y primeros planos, queriendo decir que, frente a tal abismo, cada miembro tiende aislarse al no encontrar soluciones.
Cuando la película parece perder el sentido y decae, aparece un último recurso que despierta en los padres un destello de esperanza: la carta de la novia de Andrea. Ambos desconocían que su hijo tuviera una novia y ven en ella un último resquicio de su hijo aún incorrupto. Perciben a la vez que nunca le llegaron a conocer del todo –esa intimidad impenetrabe es a lo que se refiere Moretti con “la habitación del hijo”-. La escena final, a modo de gran metáfora, es especialmente reveladora: el mar, la frontera, la música de Brian Eno, el plano general –de nuevo- de la familia en la playa –parecen naúfragos que han de reemprender la marcha tras ser arrastrados a la orilla por ese mar que mató al hijo-.
1 comentario:
Buenísima crítica. Gracias por seguir aconsejando buen cine mes a mes. Un saludo
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