lunes, 22 de junio de 2009

Helena o el mar del verano


Helena o el mar del verano (Julián Ayesta. Editorial El Acantilado. 87 págs.)


“Corriendo, entre viento, pasamos por zonas de sol amarillo, por sitios de sol más blanco, por calles de sombra azul y fresca, por sombra grisácea y caliente, por un olor a algas de mar, por olor a pinos, por olor a grasa de automóvil, (…) por los sitios del invierno que ahora, en verano, son tan diferentes”. La prosa de esta obra es plástica y descomplicada, desenfadada y… deliciosa. Julian Ayesta se deshace de toda norma, de todo convencionalismo, para dar rienda suelta a una historia cuajada de bellas y cotidianas descripciones que descansa y embelesa. La historia de un soleado verano de pueblo, de una amistad con Dios, del amor de un niño que se descubre hombre. Todo ello aderezado por la dorada y nostálgica pátina de una época ya lejana, donde los coches arrancaban a manivela y los domingos se degustaba tortilla de patata tras haber oído Misa. Y es que Ayesta es un certero retratista que sabe plasmar en pocas palabras hasta el más insospechado destello de sol, la fragancia salada de la playa, la humedad en la hierba del rocío matutino…


La narración en primera persona es, en todo momento, una inestimable ayuda para identificarnos con los sentimientos e impresiones del protagonista, los cuales se agolpan sin demasiado orden, uno tras otro, línea tras línea. Y es que, al fin y al cabo, el acierto de Helena o el mar del verano radica en la desordenada espontaneidad con que el protagonista va desmigando sus pensamientos, inquietudes, sentimientos… haciéndonos partícipes de ellos. La sincera tristeza con que el niño reconoce haber perdido la Gracia de Dios y la incontenible alegría que siente al recuperarla, la tranquilidad de una tarde de verano en la penumbra de un bosque, el ingenuo y sentido amor que siente por Helena. Cabría añadir que, en mi opinión, es una obra que en ocasiones peca de sentimentalista y a más de uno puede causar empalago. En cualquier caso, nos encontramos frente a un fantástico aguafuerte de sentimientos y emociones que todos sentimos en algún momento de nuestra infancia y que Julián Ayesta sabe rescatar, haciéndoles recuperar el color y el brillo que presentaron la primera vez.

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