Once

ONCE (John Carney. 2006)

Una vez. Esta escueta pero significativa frase es la que da título a una de las apuestas más sugerentes de este último año. John Carney, miembro del grupo al que pertenece el protagonista del film, llevaba largo tiempo deseando acometer un proyecto de tintes musicales e intimistas que contara una historia de amor de nuestro tiempo. La idea no tardó en cobrar vida propia. En palabras de Carney, “desarrollé una sencilla historia de amor y le pedí a Glen Hansard que escribiera varias canciones. Cuando llevábamos sesenta páginas ya habíamos compuesto diez temas originales”.

La trama discurre principalmente por la célebre calle dublinesa Grafton Street, donde un naufrago del asfalto canta sus penas al vacío de la muchedumbre, herido por un amor cuya llaga jamás sanará. Mientras tanto, encuentra en su camino a otra solitaria transeúnte para recorrer con ella un tramo difícil de sus vidas en el que ambos se darán un apoyo indispensable para seguir adelante.

Rodada en un estilo muy propio del cine independiente británico y a ritmo de una banda sonora absolutamente excepcional –de la cual ganó el Oscar la profunda “Falling Slowly”-, “Once” invita al espectador a plantearse el valor de los compromisos y sus consecuencias, así como el problema de la soledad, tan latente en la “sociedad del bienestar” de nuestros días. En su breve metraje, la película nos sorprende con escenas bellas e inolvidables como el plano secuencia que sigue a la chica a la salida de la tienda de noche o la conmovedora catarsis de la misma al piano, enjugada en el hombro de su compañero de naufragio. No obstante, se trata en definitiva de una obra rompedora con los clichés actuales, tan cargados de desengaño e incertidumbre, pues plantea el compromiso del amor para toda la vida como una realidad posible y muy deseable.