jueves, 18 de septiembre de 2008

Actualidad: la eutanasia

La eutanasia: la incertidumbre ante el dolor

Los hechos de los que partimos para dar pie a la reflexión, los cuales han desatado un fuerte debate que ha puesto en tela de juicio el sistema legislativo galo, son los que siguen:

El pasado miércoles día 19 de marzo de 2008, caída la noche, la francesa Chantal Sébire era encontrada muerta en su casa tras haber ingerido una fuerte dosis, el tripe de lo que sería una dosis mortal, de barbitúricos. La escandalosa y polémica agonía de la incomprendida enferma había tocado a su fin. Este hecho se sucedía justamente dos días después de que el gobierno francés hubiera rechazado oficialmente la petición de la enferma para obtener una muerte digna. Chantal Sébire era una maestra de Dijon de 52 años que sufría desde hacía tiempo fuertes dolores causados por un extraño tumor en su nariz. “La imagen de su rostro desfigurado por un tumor en las fosas nasales, su relato sobre los "atroces" dolores que le provocaba la enfermedad, poco común, degenerativa e incurable, y su muerte, en circunstancias que todavía están por esclarecer, han conmocionado al país y relanzado el debate sobre la eutanasia” (El Mundo, 20.03.2008) Este debate ha llegado a poner en entredicho la ley de 2005 que concernía a este tipo de casos, pues se ha comprobado que está llena de ambigüedades.

Ciertamente, no es fácil adoptar una postura concreta ante el misterio del dolor, sobretodo en casos como el citado, donde el sufrimiento patente parece, a todas luces, un tormento innecesario para quien lo padece. Son innumerables las preguntas que seguramente hayan asaltado los pensamientos de los magistrados galos al encontrarse con este caso: ¿Puede el ser humano controlar, a su parecer, la generación y término de la vida?, ¿es correcto poner fin a una vida únicamente porque la persona en cuestión así lo solicite?, ¿es el sufrimiento motivo para odiar la vida y querer abandonarla?

La incertidumbre que ha generado este caso es tal que, días después de conocerse el fallecimiento de Chantar Sébire, el primero de abril, otra francesa de treinta y un años, Clara Blanc, aquejada por una rara enfermedad conocida como el síndrome de Ehlers-Danlos – un extraño trastorno genético que le ocasiona contusiones, hemorragias diversas y dificultades para moverse – publica una declaración en el diario francés “Midi Libre” en la cual reclama su derecho a morir dignamente y pide tal concesión al mismo presidente, Nicolas Sarkozy. Así lo afirmaba Clara Blanc en sus declaraciones: "En algún momento tendré que estar encamada, completamente dependiente. ¿Cuál es el sentido de todo esto? (...) Ésta no es mi idea de dignidad. Yo no soy una suicida, no sé cuándo ni cómo querré morir, porque no sé hasta cuándo podré aguantar (...) pero quiero que dejen mi muerte a mi propio arbitrio (...) Ese miedo a no tener elección de parar me atormenta", confiesa, "no es algo morboso, es un himno a la vida. Sólo depende de lo que cada uno ponga detrás de esa palabra” (Midi Libre, 01.04.2008)

Leyendo estas palabras con detenimiento, nos daremos cuenta de que lo que predomina en la actitud de esta enferma ante el dolor es la incertidumbre, el puro miedo. Es el miedo, pues, lo que impulsa a estos enfermos a tomar tales decisiones. Cabría entrar en la definición de algunos conceptos – miedo, eutanasia, etc. – a fin de realizar más adelante un análisis metafísico de la cuestión.

En primer lugar, el miedo no es sino inseguridad ante lo desconocido, incertidumbre. Es una sensación que experimentamos cuándo no podemos prever algo, cuando el futuro está en entredicho y puede no ser demasiado bueno. En segundo lugar, el dolor. Es un sufrimiento, en el caso que vamos a analizar, de tipo físico, que afecta únicamente al cuerpo. Sería una insensibilidad afirmar que, por tratarse de un padecimiento físico, este no afectara en absoluto a la mente del enfermo, a sus pensamientos. El dolor nos pone a prueba, nos sitúa en una crisis. En palabras del Real Diccionario de la Lengua Española, el miedo y el dolor son

Miedo (Del lat. metus). m. Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.


Dolor (Del lat. dolor, -ōris). m. Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior.


Cabe definir un tercer término, esencial para realizar este ensayo: la eutanasia.


Eutanasia (Del gr. εὖ, bien, y θάνατος, muerte). 1. f. Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él. 2. f. Med. Muerte sin sufrimiento físico.


Como vemos, la definición de este tipo de muerte no dista de los planteamientos que trasluce la declaración de la francesa Clara Blanc. Es un medio de evitar sufrimientos, de huir del dolor. ¿Por qué ese miedo al dolor?, ¿qué posee el sufrimiento que perturbe de tal manera a la mente humana como para conducirla a preferir su muerte?


Vivimos, a mi parecer, en una sociedad donde priman tendencias como el consumismo, el inmediatismo, el hedonismo. Podríamos resumir esta innumerable retahíla de modas en unas pocas palabras: la búsqueda de sensaciones, el sentir. Efectivamente, el mundo de hoy día está concebido para sentir. El fin último del hombre, la felicidad, es cifrado por muchos en poseer una serie de bienes materiales, en obtener diversos placeres, etc. Este último siglo, lleno de desgracias humanas y crisis, ha llevado a muchos a una clara conclusión: Dios no existe, ha muerto – tal y como afirmaba Nietzsche – o, si acaso, se ha olvidado de nosotros, los seres humanos. Ahora, por lo tanto, sólo nos resta valernos por nosotros mismos, al amparo de la nada, y encontrar, por nuestros propios medios, el sentido a nuestra existencia. Muchos no han sabido identificar ese sentido sino con lo más tangible, palpable, lo más real: lo material. Un buen trabajo, una mujer atractiva y una casa digna parecen constituir la combinación perfecta para hacer a un hombre feliz.


No obstante, esta sociedad nuestra a la que nos referimos parece no querer incluir dentro de su vocabulario las palabras dolor, muerte, sacrificio, etc. ¿Por qué? El dolor, como hemos afirmado anteriormente, nos sitúa ante una crisis, nos pone a prueba. Los padecimientos físicos son muy diversos e incluso hay algunos que apenas nos hacen sufrir. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando nos damos de bruces con un caso como el de Chantal Sébire? Es innegable que este tipo de patologías sitúan al ser humano ante una profunda crisis existencial. Estas crisis nos hacen cuestionarnos muchas cosas, entre ellas, los motivos por los cuales hemos vivido hasta ahora. Si esos motivos son puramente materiales, corporales, la presencia de un dolor tan fuerte – que priva al enfermo de una serie de facultades y posesiones materiales considerables – hará ver al enfermo que sus incentivos, sus motivos, no tienen valor alguno ante semejante dolor. Es posible que, en muchos casos, esto no sea tan radical, y el enfermo encuentre motivos para seguir adelante en el amor a su familia, a sus amigos, etc. Es cierto que son incentivos de mayor valor y que quizá puedan ayudar al enfermo a soportar esa enfermedad, pero esos familiares, esos amigos, no dejan de ser seres humanos, tan mortales como el propio enfermo. Por esto mismo, las situaciones de este tipo acaban conduciendo a la persona a pensar en la muerte y en lo que puede haber más allá de ella.

Es aquí donde cobra sentido aquella sabia afirmación del escritor y pensador británico C.S. Lewis: “El dolor es el megáfono de Dios para despertar a un mundo de sordos”. En mi opinión, no podría estar más en lo cierto pues, como hemos dicho, es a través del dolor como el ser humano se sitúa en una crisis que le hace plantearse el sentido de su existencia y ver que los incentivos materiales o humanos que hasta entonces habían dotado de significado a su vida están incompletos sin la idea de un Dios que está por encima del hombre. La creencia en este Dios ilumina recovecos tan oscuros e inciertos como el dolor, el sacrificio, la muerte... Él nos da una respuesta a lo que existe más allá de la muerte, Él nos hace ver que no caminamos solos y desamparados por el mundo, sino que ha sido Él quien ha decidido que estemos en él por algún motivo. Es entonces, en el momento en el que aceptamos la existencia de ese Dios bueno, cuando nuestra vida adquiere una luz nueva e insospechada.

Así pues, opino que esos deseos de poner fin a nuestra existencia que colma la eutanasia serían otros de tener puestos nuestros ojos en Dios, pues sabríamos que no somos nosotros los que decidimos cuándo ha de comenzar o terminar una vida, sino Él. Afirmaciones como las de Clara Blanc – “quiero que dejen mi muerte a mi propio arbitrio” – carecerían entonces de significado.

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