EL IMPERIO DEL SOL (Steven Spielberg, 1987)
Después de El color púrpura (1985), Spielberg, deseoso de una madurez todavía lejana, mantiene su apuesta por un cine de autor y adapta la novela semi-autobiográfica de J.G. Ballard sobre la supervivencia de un niño inglés en la china ocupada por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
La pérdida de la inocencia es el tema que recorre la película de principio a fin. El desencantamiento y la extinción de una sociedad ingenua, habituada a nadar en la opulencia, por un lado. Por otro, la muerte espiritual del niño que fue Jim Graham, brillantemente plasmada mediante el paralelismo entre el primer plano del filme –los ataúdes flotando- y el último –la maleta de Jim, símbolo de su infancia-.
Las grandes pretensiones de Spielberg son cumplidas con creces por el arranque y el cierre de la película, de gran carga dramática muy bien llevada. Sin embargo, el desarrollo es irregular y la historia de Jim en el campo de concentración no pasa muchas veces de ser un puñado de anécdotas únicamente hilvanadas por el hilo temático.
Entre las virtudes del filme cabe destacar el esfuerzo de producción, que asemeja la película a títulos de David Lean –El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia-, cineasta en quien Spielberg pensó inicialmente para dirigir esta cinta. La fotografía, a cargo de Allen Daviau, es otro de los aciertos. Una amplia paleta de grises y ocres, salpicados por puntos de color, propia de las pinturas de Norman Rockwell, a quien Spielberg alude explícitamente. La partitura de John Williams, junto con temas no originales como Suo Gan o Exultate iusti, es otro punto fuerte que realza algunas de las secuencias más emotivas de esta película.
Christian Bale en su papel como Jim Graham |
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