Un lector cualquiera, tras una rápida ojeada a la contraportada de este libro, pensará que tiene en sus manos la clásica novela británica ligera, sazonada aquí y allá con un humor irónico y, si acaso, con un pequeño drama humano como telón de fondo. Se equivoca.
Debajo de esta apariencia, que bien puede ser un efectivo cebo para atraer a un amplio abanico de lectores, se esconde una historia que, a medida que el relato avanza, se revela sólida y profunda. Harold Fry se nos presenta como un inglés recién jubilado, sin grandes aspiraciones, uno entre tantos. Sin embargo, una mañana recibe la carta de una vieja amiga que, atacada por un cáncer terminal, espera la muerte en un hospital situado en la otra punta de Inglaterra. Este detonante despertará en Harold una avalancha de recuerdos que le espolearán finalmente a emprender un viaje a pie hasta Berwick-upon-Tweed, el pueblo que en el que se encuentra su amiga.
Nos encontramos frente a una novela que da mucho más de lo que promete. Lejos de quedarse en una enumeración de sucesos pintorescos que acontecen a Harold en su largo peregrinar, la primera novela de Rachel Joyce va mucho más allá. Esta se sustenta principalmente sobre sus protagonistas, brillantemente construidos. No son monigotes sin voluntad, de apariencia agradable y maneras endulzadas. Tampoco personajes extravagantes más o menos entrañables –aunque, de hecho, la autora cede en algunos momentos frente a estos estereotipos-. Son personas de carne y hueso, con problemas muy reales, algunos graves y desgraciadamente comunes en nuestros días.
Merece especial atención la estructura del relato. Por un lado, Joyce establece una narración lineal por la que cuenta las vicisitudes de Harold en su viaje por las carreteras de Inglaterra. Por otro, la linealidad es surcada una y otra vez por el pasado de Harold, un pasado con oscuros abismos que lo asaltarán constantemente y le conducirán hacia una progresiva transformación interior que es articulada con verosimilitud, sin giros forzados ni atajos complacientes. “Mientras caminaba recordé muchas cosas (…) Algunos de esos recuerdos fueron duros, pero en su mayoría eran maravillosos”. Considero que esta segunda trama muestra una especial fuerza y aleja por completo al relato del estereotipo de novela ligera.
Rachel Joyce narra una historia valiente, que nos golpea con una pregunta muy actual: ¿Es posible hablar de esperanza en un mundo como el de hoy? Esta es la pregunta que Harold se hace y que trata de responder con su peregrinar. Las personas que va encontrando en el camino harán relucir este interrogante al tiempo que plantean otros tantos. Harold irá descubriendo cómo, pese a las aparentes semejanzas, cada persona es radicalmente diferente de las demás. Cada una es preciosa y frágil, bondadosa en cierta medida pero terriblemente extraña. La extrañeza ajena, el modo único en que cada ser humano carga con penas y recuerdos, es otro gran tema tratado por este libro. “Si te paras a escuchar, nadie da tanto miedo”.
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