miércoles, 22 de febrero de 2012

Perder y ganar

“No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte” [1]. Me quedé pensativo, con un leve hormigueo en el estómago, al escuchar esta frase del Fundador de la Universidad de Navarra. Fue en una conferencia sobre John Henry Newman pronunciada por Alejandro Llano en 2010. Reconozco que, desde hace ya varios años, Newman me ha causado admiración. Me identifico con Newman y creo que me hubiera gustado conocerle. Se le podría definir como un universitario de corazón que supo entregar su vida por entero al servicio de la verdad. De familia adinerada, estudió en la prestigiosa Universidad de Oxford hace un par de siglos. Fue allí donde decidió servir a la Iglesia Anglicana como pastor, entregando cabeza y corazón al servicio de la causa que él juzgaba verdadera. Pasaron los años y Newman comenzó a predicar todos los domingos en la Iglesia de St. Mary. Sus sermones pronto le dieron una gran fama y gentes de todos los rincones de Inglaterra acudían a Oxford para oír a Newman. 

Retrato de John Henry Newman con 25 años
En 1833, Newman promovió, junto con otros amigos –clérigos, escritores, poetas-, el Movimiento de Oxford con el fin de rescatar la tradición que se estaba perdiendo en la Iglesia Anglicana. Pasaron los años y fue él quien se dio cuenta de que la tradición no le conducía a Inglaterra, sino a Roma. La Iglesia Católica, tan despreciada por aquel entonces en su país, se presentaba ante él como la única y verdadera. Comenzaron en su vida unos años de dudas y vacilaciones, de tormenta. “Guíame, Luz Buena, entre tanta tiniebla espesa, ¡guíame Tú!”[2], dejó escrito en un bello poema mientras surcaba las aguas del Mediterráneo. Newman buscó la verdad, muchas veces a tientas, en la noche más cerrada. Sabía que su marcha a la Iglesia de Roma supondría el fin de su ascenso en Oxford, la destrucción de todo prestigio y buena fama obtenidos allí. Al fin, Newman se convirtió el 9 de octubre de 1845, en la soledad de Littlemore, una pequeña casa de campo en la que se había retirado. Su pasión por la verdad supuso la muerte de todo lo que había sido hasta entonces. “Ex umbris et imaginibus in Veritatem” (“De las sombras y las imágenes hasta la Verdad”), podemos leer hoy en su tumba. 

“De sabios es rectificar. Esa es la genuina actitud del filósofo que busca la verdad y no simplemente el mantenimiento rígido de una posición a lo largo del tiempo”[3], afirma el profesor Nubiola en El taller de la filosofía. Nunca es tarde para cambiar. Hemos oído esta frase miles de veces, pero pienso que la hemos aplicado a nuestra vida muy pocas. Aunque parezca costoso desandar la senda recorrida, no ha de serlo tanto, pues incluso ese caminar errado es una enseñanza de gran valor que hemos de atesorar para el resto del trayecto. Verdad y vida van de la mano hasta tal punto que una verdad de laboratorio, tan irreal como inútil, sencillamente no es verdad, pues ninguna vida la tomaría como propia. Es verdad aquello que podemos hacer nuestro hasta tal punto que pueda informar cada hora, cada minuto de nuestro día. Lo que no puede ser vivificado, pues es rígido, también es falso. Esas supuestas verdades no tardan en volverse un peso muerto que ocupa un lugar innecesario en nuestra mente. 

La vida es perder y ganar, como decía Newman. La existencia del filósofo, al igual que la de todo hombrecillo puesto sobre esta tierra, no es más que un juego. Un juego en el que todo aquel que se lo proponga puede ganar. Pero es preciso cumplir las reglas: buscar la verdad por encima de todo, también por encima de nosotros mismos. A esto habremos de añadir unas gotas de humildad para que no escuezan demasiado los rasguños que nos hagamos al caer. Para levantarnos bastará con una carcajada. Y a seguir jugando. Relaciono esta idea con un pasaje de la Biblia donde se dice que Dios juega con nosotros en todo tiempo, a lo largo y ancho del mundo[4]. La tierra es un inmenso pilla-pilla donde creemos ser nosotros los que perseguimos la verdad, cuando en realidad es ella la que nos acecha aquí y allá. 

Me admiró saber que, en las disputas escolásticas de la Edad Media, aquellos que defendían la tesis que resultaba equivocada concluían muchas veces la disputatio rompiendo su texto. ¿Cuántos seríamos capaces de hacer esto hoy día? “No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte”. Creo que, además de a la muerte física, San Josemaría se refería también a la muerte de la propia vanidad, agazapada entre las líneas de nuestros trabajos, en cada uno de nuestros artículos. Habrá ocasiones en que estos papeles no sean más que el envoltorio de un regalo más precioso, de una verdad que no descubriremos hasta que nos decidamos a rasgar el papel y mirar más allá. Hemos de verlo así, y sólo así traspasaremos el umbral de la pérdida para, tal vez, rozar la verdad. Una verdad que no es mía o de aquel, sino de todos. 

[1] ESCRIVÁ DE BALAGUER, San Josemaría, Camino n. 34 
[2] NEWMAN, John Henry, Himno Lead, Kindly Light citado en Perder y ganar, Ediciones Encuentro, Madrid, 2009 (4ª edición), p. 9 
[3] NUBIOLA, Jaime, El taller de la filosofía, EUNSA, Pamplona, 2006 (4ª edición), p. 179 
[4] Cfr. Proverbios 8, 31

1 comentario:

Atalaya dijo...

Me encanta esta frase: "La tierra es un inmenso pilla-pilla donde creemos ser nosotros los que perseguimos la verdad, cuando en realidad es ella la que nos acecha aquí y allá".

Me encanta el ensayo!! jeje, creo que hoy por hoy no sería capaz de renunciar a mí en pro de la verdad... es bastante complicado, aunqué así es el verdadero filósofo, hasta ahí debe llegar el amor a la verdad.