miércoles, 20 de noviembre de 2013

El carro de heno

SURCOS (José Antonio Nieves Conde, 1951)

Desde la óptica del cine social, Surcos es una fiel estampa del llamado éxodo rural, uno de los fenómenos más relevantes en aquellos años de posguerra en España. Podría decirse que Nieves Conde lleva acabo un simulacro de “neorrealismo a la española”. Es curioso cómo, en los diálogos de la película hay –quizá a modo de guiño- varias referencias a este estilo de hacer cine. En el “Madrid castizo, chulo y verbenero” –como dice una de las canciones-, el drama de los protagonistas transcurre en un patio interior, la trastienda de un bar o el descansillo de una escalera. Sin embargo, hay una peculiaridad con respecto al parecido italiano, y es que, en Surcos, el carácter arquetípico de cada personaje cobra un peso mucho mayor. Esta idea se ve reforzada por los mismos nombres de los protagonistas –Pepe, Manolo, Pili…- y por el apellido de la familia: los Pérez. En este sentido, y pese a lo dicho en los títulos de arranque, Surcos no es sólo un retrato, sino un símbolo de una época y de una situación social.

No obstante, detrás de este retrato social subyacen algunos temas de alcance universal. La seducción por los placeres del mundo, entendidos como opuestos a principios morales y valores arraigados en la propia vida, es uno de estos temas. La escena del asalto nocturno a los camiones –que condensa esta idea- encierra una posible semejanza con la obra pictórica de El Bosco titulada El carro de heno. Los hombres tratan de subir al camión para rapiñar la mercancía, que representa, de algún modo, la riqueza y la vida placentera que esta permite. El esfuerzo de Pepe (Francisco Arenzana) por escalar el camión condensa en una sola acción toda la historia de Surcos: el esfuerzo de una familia que decide viajar a la ciudad, seducida por la promesa de una vida mejor. Sin embargo, tal y como sucedía en la tabla flamenca, subir al carro de heno es una proeza que, tarde o temprano, acarrea consecuencias nefastas. Esto es lo que ocurre con el personaje de Pepe, un personaje fáustico que vende su alma al mejor postor, dejando a un lado a su familia y los valores que esta representa. “En la ciudad de viene a uno la ganancia a las manos nada más querer”, dice Pepe en una de las primeras escenas. Su trágico final es muy significativo a este respecto. Ya moribundo, es lanzado a las vías y arrollado por un tren. El ferrocarril, símbolo del progreso y medio con el que los Pérez habían logrado llegar a la ciudad, será también el que lleve a término la farsa de Pepe.

El carro de heno, de El Bosco

Este mundo de supuesta abundancia y buen vivir de la ciudad es encarnado por el personaje de Don Roque (Félix Dafauce). Frente a los miembros de la familia Pérez, hombres de campo, sencillos, de una pieza a pesar de sus miserias, el hombre de ciudad juega varias barajas al mismo tiempo. Don Roque se nos presenta como una figura llena de ambigüedades, que sabe interpretar muchos papeles y corrompe a las personas que seduce. La propia fotografía y la puesta en escena de la película trasmiten muy bien estos sentimientos al mostrarnos el mundo en el que se mueve este personaje: cuartuchos oscuros, cabarets, trastiendas y garajes inhóspitos. Cabe mencionar dos escenas donde esta corrupción, entendida aquí en términos de corrupción moral, queda bien plasmada. Una de ellas es el momento en que Pepe y Pili (María Asquerino), frente a la oposición del padre de Pepe (José Prada) a que duerman juntos, se trasladan a vivir al ático del garaje. El garaje es como una cueva de ladrones, símbolo de la perversión y el crimen. Otra escena significativa es aquella en la que el padre (José Prada), entra en el nuevo piso de Tonia (Marisa de Leza), ahora protegida de Don Roque. Los vestidos de seda, las medias y el tabaco –motivos de orgullo para ella- son ahora signo de la corrupción de aquella muchacha sencilla. Frente a lo dicho hasta ahora, cabría hacer un reproche a Surcos. Es evidente el mensaje moral que trata de trasmitir el relato, no obstante, es una lástima que en ocasiones llegue a ser tan explícito. La caracterización a veces maniquea de los personajes y el marcado componente trágico de la historia refuerzan sin necesidad una enseñanza ya evidente.


El contraste campo-ciudad es otro tema interesante tratado por Surcos. Por un lado, tenemos a la familia Pérez: gente del campo, sencilla y con unas tradiciones. Por otro, a los hombres de la ciudad: seres anónimos, sin dignidad, capaces de todo por prosperar en su vida. Esta dicotomía es una de las constantes que articulan el relato y queda reflejada en múltiples escenas. Destaco la escena en la que Tonia hace su debut como cantante. Es una escena trágica, donde la ingenuidad de la chica del campo es pisoteada por los abucheos de los hombres de ciudad. Otra escena que esconde una fuerte carga simbólica es el momento en que el padre sufre un desmayo en la fábrica metalúrgica. La combinación de planos del rostro agónico del padre y la forja del metal es un vivo símbolo de cómo esa nueva vida perfora dolorosamente el alma inocente de los protagonistas.


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